Opinión

Los incendios presentes, futuros y pasados

Incendio de Tenerife. EFE.
Incendio de Tenerife. EFE.
Los incendios presentes, futuros y pasados

Una de las imágenes más impactantes que tengo de mi juventud es la del método que se seguía para reclutar gente para ir al monte a apagar un incendio. Generalmente, las campanas de la Iglesia de San Pedro, El Sauzal, solían llamar a misa o anunciaban que algún vecino del pueblo había fallecido. También se escuchaban cuando se producía una situación de emergencia; una de ellas eran los incendios en el monte.

No puedo precisar el año de la década de los sesenta en que las campanas alertaron de una de esas situaciones excepcionales. Vecinos de diferentes edades acudieron al llamamiento, y en el centro de la antigua plaza que le da nombre a la Iglesia fueron informados de la situación: hay un incendio en nuestro monte y se requieren voluntarios para hacerle frente.

Con la diligencia que requería el asunto, en muy poco tiempo los voluntarios llenaban el camión de Manolo Canino para tomar rumbo a Ravelo. El camión era abierto y los voluntarios iban de pie. Las vestimentas eran variopintas y en el calzado predominaban las antiguas lonas de lino y las socorridas cholas y chanclas de la época.

El “armamento” que tenían para hacer frente al incendio respondía a lo que cada uno pudiera disponer en su casa, predominando las azadas y las rozaderas de distinta tipología, los rastrillos o algún que otro machete, y, casi todos, complementaban con una podona al cinto.

Hoy los incendios son más voraces 

El alcalde y el concejal de montes estaban al frente del operativo. Los “técnicos” mas cualificados que les asistían eran los “rematadores de montes” de la zona, autónomos que se dedicaban a comercializar la pinocha y a “aclarar el monte” entresacando varas empleadas especialmente para sostener la viña y los tomateros. 

No había posibilidad de comunicarse los que estaban fuera del monte con los que estaban dentro. Tampoco los grupos que atacaban al fuego desde dentro del monte. No existían ni emisoras ni móviles ni ningún otro sistema de comunicación. 

En los años sesenta, para luchar contra el fuego en los montes de El Sauzal y en otros tantos lugares de Canarias no existían medios aéreos. Ni unidades militares especiales. Ni cuerpos especializados de bomberos. Ni brigadas especiales de medioambiente. En resumen, hace apenas poco más de cincuenta años carecíamos de los medios tecnológicos y de los especializados recursos humanos de los que disponemos hoy.

¿Qué está ocurriendo para que hoy los incendios sean más voraces que los que conocemos del pasado en nuestras Islas? ¿ Por qué en el pasado, con medios materiales rudimentarios, se lograba frenar al fuego mas eficientemente? 

Partiendo de la base de que los incendios en los montes se sufren en todas las áreas boscosas del mundo, nuestro Archipiélago no es una excepción y, por lo tanto, en El Hierro, La Gomera, La Palma, Gran Canaria y Tenerife tendremos que convivir con esa amenaza.

Espacios abandonados, auténticas mechas de dinamita 

Desde ese reconocimiento, es el momento de volver a analizar y poner al día  nuestros medios materiales, tecnológicos o humanos, para adaptarlos a la nueva tipología de incendios que se están produciendo.

Sin desdeñar en absoluto la respuesta científica que debemos darle a los llamados “incendios de sexta generación”, deberíamos tener mas en cuenta la “sabiduría de la gente del campo” e impulsar medidas sencillas que en otros tiempos mostraron ser muy eficaces en la lucha contra el fuego. Alguien debería hacer pedagogía sobre la limpieza y cuidado que necesitan nuestros montes; sobre los efectos, tanto positivos como negativos, de tener la pinocha amontonada en los bordes de los caminos o por qué no se llevan a cabo los aclarados en nuestro monte bajo.

Desde luego, no hay controversia posible en la necesidad de limpiar el espacio de transición entre el monte y los núcleos urbanos más próximos. Antaño, este espacio era cultivado y, por lo tanto, los cultivos hacían de barrera de seguridad. Hoy son espacios abandonados que hacen de auténticas mechas de dinamita entre el monte y las viviendas más cercanas. Para combatir el fuego hay que adaptarse al presente y futuro, pero sin dejar de aprovechar las enseñanzas del pasado.

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