Opinión

Vacunarnos contra la ineficiencia

Vacunarnos contra la ineficiencia

Sorpresa, incredulidad, desconcierto y, en la mayoría de la gente, rabia e indignación. Éstas y otras reacciones han generado las noticias que han trascendido esta semana sobre los ridículos porcentajes de vacunados en proporción a las primeras dosis recibidas por las comunidades autónomas.

Las consecuencias sanitarias y económicas que la pandemia está provocando son desgraciadamente conocidas e incontestables: millones de muertos y contagiados en el mundo y un agujero en la economía y el bienestar de las personas como jamás el planeta había vivido en periodos de paz. El azote generalizado de la pandemia sobre los países desarrollados activó el trabajo en red de todo el conocimiento acumulado en miles de centros de investigación, sin que los recursos económicos pudieran ser un factor a tener en cuenta. Por primera vez, los países ricos del planeta se impusieron la unidad de acción frente a la tradición de hacer la guerra por su cuenta, dejando a un lado la carrera por llegar los primeros al objetivo. 

La catástrofe humanitaria y económica que está dejando el virus ha logrado el milagro de unirlos en la lucha por encontrar los antídotos que contengan, frenen y controlen a una pandemia desbocada que amenaza con destruir buena parte del bienestar conquistado durante décadas. El buen trabajo llevado a cabo ha dado sus frutos y en un tiempo récord disponemos ya de varias vacunas que han superado los controles de las autoridades sanitarias, estando en condiciones de ser inyectadas para evitar contagios y salvar vidas. Los nombres de Pfizer, Moderna y Oxford empiezan a ser familiares entre nosotros. Más pronto que tarde, otros nombres de vacunas se irán popularizando y añadiendo a la lista anterior.

Sin embargo, la sorpresa, incredulidad, desconcierto, rabia e indignación afloran con los ridículos datos aportados por las autoridades sanitarias sobre el número de personas vacunadas en la primera oleada de dosis distribuidas entre los distintos territorios del Estado. Hasta el momento, los éxitos cosechados por el descubrimiento de las vacunas que permitirán evitar muertas masivas —y paralelamente la recuperación de la economía, de las empresas y puestos de trabajo— no están viéndose acompañados por los operativos dispuestos por las distintas autonomías para ir procediendo a la vacunación de los ciudadanos teniendo en cuenta las prioridades previamente concertadas. Lamentable pero cierto, en las primeras semanas de vacunación están fallando estrepitosamente los operativos dispuestos por las autoridades sanitarias para hacer un uso eficiente de las vacunas que se están distribuyendo a cada Estado o, en el caso de España. a cada comunidad autónoma.

Superado lo que parecía verdaderamente complicado —sumando el conocimiento de todos los centros de investigación para encontrar los antídotos para combatir al virus, garantizado el esfuerzo público-privado para la financiación de los respectivos proyectos, asegurada la producción necesaria de vacunas y cerrado el acuerdo en la distribución del número de dosis entre países y regiones— nadie esperaba que el problema pudiera plantearse en el momento de disponer del operativo necesario para inyectar la vacuna.

Los datos de las dos primeras semanas de vacunación en España son ridículos y vergonzantes, como también lo son los argumentos esgrimidos por las autoridades competentes a la hora de intentar justificar lo injustificable.

Con todo, a pesar de este mal comienzo en el proceso de vacunación para lograr lo antes posible la inmunidad del rebaño, hay que ser optimistas. España y sus comunidades autónomas disponen de los recursos humanos suficientes para desplegar un operativo para que entre abril y junio la vacunación alcance a la mayoría de la población.

El conjunto del Sistema Público Sanitario, los farmacéuticos, la sanidad privada o el personal especializado del Ejército deben trabajar coordinadamente para poder recuperar la normalidad perdida. El sistema debe esperar por las vacunas, no las vacunas por el sistema. El ritmo de las vacunaciones ha arrancado de forma claramente inaceptable, alimentando la sensación de que también debamos vacunarnos de ineficiencia

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