Opinión

Vienen curvas

La profunda crisis económica que comenzó en el 2007 y se prolongó casi una década, ha dejado un lastre social, político y económico que tardaremos tiempo en superar. Probablemente, el mundo desarrollado no ha pasado por un período tan convulso desde las guerras mundiales. La última gran crisis ha dejado en el camino muchas ilusiones y proyectos frustrados. Ha tenido efectos devastadores, especialmente en las clases medias. La pérdida de bienestar se ha reflejado y ha derivado en tensiones que han sacudido la convivencia social y, como consecuencia de ello, también la política.
 
Reflejo de las demoledoras secuelas de la crisis es lo que ocurrió en las últimas elecciones en EEUU, donde Donald Trump, multimillonario empresario, con un discurso populista, patriótico y xenófobo fue aupado a la presidencia del país más poderoso del mundo. En Italia los efectos se han visto reflejados en la irrupción de la extrema derecha y de partidos populistas, que han generado muchas tensiones en la sociedad italiana. En Francia el descontento social y político tuvo un primer efecto con la llegada a la presidencia de la república de un prácticamente desconocido Emmanuel Macron y, posteriormente, con la ocupación de la calle por los chalecos amarillos. En el Reino Unido las secuelas de la crisis alimentaron la ruptura con la Unión Europea; al entonces primer ministro, David Cameron, se le ocurrió la fatal idea, en pleno deterioro de la economía y del bienestar, de convocar un referéndum que refrendara su continuidad en la Unión Europea. Todos los países de nuestro entorno o áreas de influencia han visto como la crisis acumuló facturas sociales, económicas y políticas.
 
La democracia española es madura pero también es aún joven
En España ha favorecido la irrupción de movimientos sociales que se articularon más tarde como organizaciones políticas, nuevas opciones que, de momento, han hecho saltar por los aires el tradicional bipartidismo con el que venía funcionado nuestro sistema. No acaban ahí las ondas expansivas de los problemas que la crisis aceleró. El deterioro del bienestar y de la economía también ha alimentado indirectamente las ansias rupturista de los independentistas.
 
Ahora bien, las consecuencias de esta convulsa situación que está viviendo el primer mundo, derivada de la reciente crisis económica, puede tener impactos de diferente intensidad en la medida que los países afectados cuenten con estructuras institucionales sólidas y consolidadas o no. Indudablemente, EEUU, Reino Unido, Italia y Francia -por citar solo algunos ejemplos- cuentan con unas instituciones de estructura muy sólida; el futuro de la democracia y la libertad en los países mencionados no está ligado a los aciertos o desaciertos de sus actuales líderes, sino al de sus  instituciones.
 
España goza de una plena, joven y madura democracia desde la aprobación de la Constitución del 78. La democracia española, después de cuarenta años, es madura pero también es aún joven. La consolidación plena de las instituciones del Estado llegará con la necesaria reforma constitucional pendiente. Estamos en España en un complicado escenario político y social que exige de las instituciones y de quienes las dirigen mucha responsabilidad y altura de miras. Lamentablemente, hemos pasado de la tradicional confrontación bipartidista, entre conservadores y progresistas, a un abierto choque entre la derecha y la izquierda, que nos devuelven al pasado.
 
Vienen curvas más cerradas de las que se hayan vivido en los últimos meses o años
Tenemos por delante un escenario político-social complejo. Presumiblemente, las elecciones del 28 de abril dejarán un cuadro inédito en estos últimos cuarenta años: el bipartidismo terminará saltando por los aires; el PSOE y Podemos pelearan por ser la referencia de la izquierda; el espacio de la derecha será una batalla abierta entre PP, Ciudadanos y Vox; la fractura entre el bloque de la derecha y la izquierda será inevitable. Además, es posible que se rompa la norma no escrita de que gobierna el que tenga más diputados, sobre todo después de la censura a Rajoy. Y por si faltaba algo, el juicio y la posterior sentencia del ‘procés’ van a condicionarlo todo.
 
En los partidos y en sus actuales líderes no se vislumbra, al menos de momento, que atesoren la capacidad, sentido de Estado y  generosidad necesaria para afrontar uno de los momentos más delicados de nuestra democracia. ¿Y las instituciones? ¿Tienen nuestras instituciones la solidez necesaria para evitar que se den pasos atrás en los derechos ganados en estas últimas cuatro décadas? Nuestra democracia afrontará en los próximos meses pruebas para las que no sabemos a ciencia cierta si nuestras instituciones están preparadas. Vienen curvas más cerradas de las que se hayan vivido en los últimos meses o años. En pocos meses sabremos si nuestras instituciones eran suficientemente fuertes para abordarlas con éxito y garantías.

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