Turismo, desposesión y neocolonización
¿Qué ocurre cuando una sociedad transforma su paisaje en mercancía y a su gente en decorado? ¿Cuándo el "progreso" sirve como coartada para borrar una cultura y convertir la vida en escaparate?
La respuesta es más inquietante de lo que parece, lo que llamamos desarrollo puede ser, en realidad, una forma moderna de colonización. Esta no es una reflexión abstracta, sino una realidad que vive Canarias cada día, donde el turismo masivo y la especulación inmobiliaria están reproduciendo patrones de dominación que el poeta martiniqués, Aimé Césaire, ya denunció hace más de setenta años.
En su demoledor Discurso sobre el colonialismo, Césaire planteó una tesis tan sencilla como radical, el colonialismo no es solo una etapa del pasado, sino una lógica que perdura. Se basa en la cosificación del otro, en su reducción a cosa útil, a recurso económico, a objeto decorativo. Esa lógica puede cambiar de rostro —militar, religioso, económico, turístico— pero mantiene su núcleo intacto que se basa en despojar, someter e invisibilizar.
Para entender la actualidad canaria, debemos recordar que el archipiélago fue una de las primeras colonias de la expansión europea moderna. La conquista castellana del siglo XV no solo implicó ocupación militar, sino la destrucción sistemática de las culturas aborígenes y la implantación de una economía de monocultivos orientada a la exportación. Desde entonces, Canarias ha vivido en dependencia estructural, primero agrícola y ahora turística.
A partir del boom turístico del siglo XX, el archipiélago reconfiguró casi exclusivamente su economía en torno al visitante extranjero. En las últimas décadas ese turismo ha mutado, ya no se trata solo de visitantes temporales, sino de una oleada de nuevos residentes europeos con mayor poder adquisitivo, que compran viviendas, modifican el mercado inmobiliario y transforman profundamente el tejido social de las islas.
Los datos son elocuentes, el precio de la vivienda en Canarias ha subido un 40% en los últimos cinco años, mientras los salarios canarios siguen entre los más bajos de España. En municipios como Teguise o Arona, comunidades enteras se han convertido en zonas residenciales para extranjeros, expulsando a familias que llevaban generaciones viviendo allí.
Esta transformación reproduce los mecanismos coloniales tradicionales con una claridad sorprendente. La desposesión del territorio, la expulsión de la población local y la folclorización de la cultura.
Gran parte de la costa canaria ha sido privatizada o transformada para el turismo. El suelo urbano es objeto de especulación, mientras se multiplican hoteles, resorts y urbanizaciones orientadas al visitante extranjero.. El común de la sociedad canaria ya no puede permitirse vivir cerca del mar donde nació.
El aumento de precios de la vivienda, alimentado por la compra extranjera y el alquiler vacacional, está desplazando a las familias canarias de sus barrios tradicionales. La "gentrificación insular" ya no es una metáfora, sino una realidad que se vive en La Oliva, en Costa Teguise, en Los Cristianos.
La cultura canaria se presenta como "valor añadido" para el turista, pero no como expresión viva. Se convierte en espectáculo, en souvenir, en marca para vender. Mientras tanto, la identidad real y diversa del pueblo canario se ve relegada o estigmatizada como "poco moderna".
Césaire alertaba de que el colonialismo convierte al ser humano en cosa. El pueblo canario, en este nuevo modelo, corre el riesgo de convertirse en eso mismo, en objeto de servicio, en decorado folclórico, en proveedor de experiencias para otros. No se le ve como sujeto político con voz propia, sino como recurso humano funcional al engranaje turístico.
Algunos considerarán excesiva esta analogía. Pero ¿cómo llamar a un modelo donde la riqueza generada queda en manos de grandes cadenas extranjeras, donde la capacidad de decidir sobre el territorio está supeditada a intereses foráneos, y donde el relato dominante silencia cualquier reivindicación de soberanía o identidad?
No se trata de comparar literalmente la situación actual con la colonización armada del siglo XV. Se trata de entender que muchas estructuras de poder, dependencia y subordinación simbólica siguen vigentes, aunque con otras formas.
Frente a esta realidad, urge plantear una alternativa. No se trata de rechazar el turismo ni de caer en discursos xenófobos, sino de reclamar un modelo justo, sostenible y descolonizado que parta del protagonismo de la población local.
La descolonización debe incluir múltiples dimensiones, económica (recuperar el control sobre los recursos), política (decidir desde Canarias para Canarias), cultural (afirmar la canariedad como identidad legítima) y ecológica (frenar la destrucción del territorio).
Esto significa políticas concretas como limitar el alquiler vacacional, gravar la segunda residencia si está vacía más de seis meses al año o no se destina al alquiler de larga temporada, promover la agricultura local, proteger el patrimonio cultural real, no el folclórico. Significa también que el pueblo canario recupere su palabra en las decisiones que afectan a su tierra.
Césaire hablaba de "una civilización que le hace trampas a sus principios" como una civilización en decadencia. Si Canarias quiere construir una sociedad sana y con futuro, no puede seguir funcionando sobre la base de una economía extractiva disfrazada de modernidad.
Canarias no es un parque temático. No es un hotel gigante. No es una postal para el ocio europeo. Es una tierra habitada por un pueblo con memoria, dignidad y derecho a decidir sobre su destino.
La obra de Césaire nos recuerda que todo proceso de liberación empieza por nombrar con claridad lo que otros prefieren callar. Ha llegado la hora de que el pueblo canario recupere su palabra, y con ella, su futuro.