Inclusión de escaparate: Ferias no accesibles en Lanzarote
Cada verano, Lanzarote se llena de luces, música, atracciones y promesas. Las ferias recorren la isla como símbolo de tradición, alegría y comunidad. Pero hay algo que muchos prefieren no ver: no todas las personas pueden disfrutar de estas fiestas en igualdad de condiciones.
La palabra "inclusión" se repite en discursos, carteles y redes sociales. Pero cuando llega la hora de la verdad, esa inclusión se queda en pura fachada. Las ferias siguen sin ser accesibles.
Rampas mal colocadas o directamente inexistentes, atracciones que no contemplan la diversidad funcional, baños imposibles de usar para algunas personas, y familias que ni siquiera pueden acercarse con tranquilidad porque no hay espacios adaptados ni entornos tranquilos.
Y luego está lo de siempre: los famosos "horarios inclusivos". Suena bien, ¿verdad? Pero en la práctica, es otra forma de excluir. Esos horarios suelen situarse en momentos absurdos: a las tres o cuatro de la tarde, bajo un sol abrasador, o en horas en las que muchas familias trabajan o descansan. ¿De verdad creen que eso es integrar? No. Eso es apartar. Es organizar la feria para unos pocos y reservar un huequito incómodo para los demás.
El año pasado, la foto quedó preciosa. Varios representantes públicos posaron sonrientes junto a personas con necesidad de apoyo adicional, en ese pequeño rato "adaptado". La estampa perfecta para la prensa y las redes. Pero lo que no salió en esa foto es que esas personas no pudieron volver a la feria a ninguna otra hora. No pudieron compartir el espacio con sus amigos, con su familia, ni disfrutar en igualdad de condiciones.
Porque lo que se vende como inclusión, no lo es. Es segregación maquillada.
Esto no va de gestos simbólicos, ni de cumplir por cumplir.
Va de derechos.
De dignidad.
De pensar en todas las personas que forman parte de esta isla.
Va de escuchar a quienes llevamos años hablando, proponiendo, señalando barreras.
Lanzarote es una isla acogedora, diversa, llena de vida. Pero mientras se siga ignorando a una parte de su gente, la fiesta no será para todos. Y lo que no es para todos, no es justo.
¿Y este año? ¿Qué nos encontraremos?
¿Otra palmadita en la espalda y un horario de pega?
¿Otra foto bonita mientras dejamos fuera a quienes más necesitan estar dentro?
¿O por fin alguien pensará en todos y todas, y dejará de usar la palabra inclusión como un adorno vacío?
Porque la verdadera inclusión no se anuncia.
Se construye.
Y si hay fiesta, que sea para todas las personas.
Sin excepción.
Y no, esto no es una queja tardía. No estoy llorando sobre la herida.
Estamos poniendo la tirita antes de que sangre.
Porque después de años de vivir la dejadez, la descoordinación y la mala praxis en materia de diversidad, ya no basta con lamentarse cuando todo falla. Este aviso es una oportunidad. Una llamada a tiempo para hacer las cosas bien. Para que, por una vez, no tengamos que contar lo que se hizo mal, sino celebrar lo que, por fin, se hizo con sentido y con justicia.