Opinión

Pedro, el golpista

En un período de seis meses, siendo Secretario General del PSOE y candidato a la presidencia del gobierno de España, obtuvo los dos peores resultados electorales de ese partido político en la presente etapa democrática de España, 90 y 84 diputados respectivamente. Tal fue el desastre, que su propia organización federal le obligó a dimitir tres meses después de cosechar los bochornosos 84 diputados. Un mes más tarde, entregó el acta de diputado, se inscribió en el paro y se montó en un Peugeot 407 de 2005 iniciando así un plañidero periplo por España con el objetivo de recuperar el trono perdido.
 
Y vaya si lo consiguió, ya que tras ocho meses y unos cuantos miles de kilómetros, Sánchez consiguió volver a ser Secretario General del PSOE, cosa sin lugar a dudas muy meritoria ya que convenció a los suyos de que ser el peor candidato de la historia de los socialistas no era tan importante; vamos, todo un crack.
 
Once meses después de su nueva entronización orgánica, la Audiencia Nacional sentenció que el Partido Popular era responsable civil por beneficiarse de la trama corrupta Gürtel, así como certificó la existencia de la caja B en el partido del charrán azul. Esta histórica y demoledora sentencia fue interpretada torpemente por un noqueado Rajoy y ávidamente por Pedro Sánchez, de tal manera que mientras el presidente del gobierno confió en que el paso del tiempo arreglaría las cosas, como siempre, el desesperado aspirante vio la oportunidad y registró su pasaporte a la cima: la moción de censura. Pedro Sánchez Castejón se convirtió en presidente del gobierno de España sin siquiera ser diputado, ante el pasmo de la inmensa mayoría de españoles. Dicho pasmo va en aumento seis meses después.
 
Pedro Sánchez, representando al partido político del capullo rojo, a ese partido que se opuso al voto femenino en 1931, al que lideró el golpe de estado de 1934 e intentó imponer desde enero de 1936 una dictadura marxista leninista, como la de Stalin en la URSS, al que robó todo el oro del Banco de España, al que arruinó a los españoles dos veces desde 1982 y al partido más corrupto cuantitativa y cualitativamente de la historia de España, enarboló la insólita bandera de la regeneración y expulsó de La Moncloa al don Tancredo.
 
Pero lo peor de todo el panorama no está en los párrafos anteriores, lo peor viene ahora. Pedro Sánchez es un golpista porque ha accedido al poder por la puerta de atrás, habiendo obtenido el peor resultado electoral de la historia moderna del PSOE y con el apoyo de quienes tienen como objetivo diáfanamente claro la destrucción de España. Quien llega al poder sin elecciones y, sobre todo, aupado por quienes quieren reventar el orden democrático establecido, es un golpista. Así de claro.
 
Y como todo buen golpista, prometió que tomaba el poder para inmediatamente convocar elecciones, haciendo ver que venía a hacer lo que el pusilánime de Rajoy no supo hacer. Pero ocupó La Moncloa, se subió al Audi A8 L, se trasladó a un concierto en el Falcon 900B, viajó en el Super Puma AS332 M1 a la boda de su cuñado y dijo aquello de donde dije digo, digo Diego o lo que viene siendo lo mismo, prometer hasta meter, pero una vez metido, olvidar lo prometido. Y van pasando los meses, el crecimiento económico se ralentiza, la creación de empleo se resiente, las medidas populistas se prodigan y los bastardos objetivos de los comunistas antisistema y de los separatistas se acercan. Mientras tanto, el hartazgo de los españoles aumenta y la ola patriótica, como consecuencia del terremoto golpista, va convirtiéndose en tsunami.

Comentarios