Hospital Insular: fotos, tartas y velas
En Lanzarote existe un silencio administrativo que cada día pesa más. Un silencio que no es casual, sino profundamente calculado. Me refiero al trato que el Cabildo Insular de Lanzarote, la Gerencia de Servicios Sanitarios y la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias están dispensando al Hospital Insular de Lanzarote “el hospital del Pueblo”, un centro geriátrico de referencia estatal cuya excelencia asistencial quieren diluir, si no hacer desaparecer, bajo decisiones políticas que nadie se atreve a defender públicamente.
Hace apenas un año desde Nueva Canarias-Bloque Canarista alertamos de un plan tan improvisado como lesivo: cerrar el Hospital Insular y trasladar a mayores y trabajadores al edificio de enfermedades emergentes frente al Hospital Dr. Molina Orosa, una infraestructura que no está pensada ni equipada para las necesidades de la atención geriátrica. Lo que hasta ahora es un hospital completo, especializado, con trayectoria, con personal formado y con un modelo de cuidados probado, pretenden convertirlo en una planta más dentro del Hospital General. Una planta más. Como si la geriatría fuera un apéndice, un accesorio, un relleno.
La excusa oficial entonces fue que el edificio del Hospital Insular sufría daños estructurales. Sin embargo, basta revisar los presupuestos públicos de la Comunidad Autónoma de Canarias para comprobar la incoherencia, por no decir la mecha o mentira. Ni un solo euro asignado para la remodelación ni para la rehabilitación de la zona afectada por las columnas del sótano. Ni en los presupuestos del año vigente, ni en los del próximo año 2026.. Cero euros, la nada absoluta. ¿Cómo es posible justificar un cierre por razones técnicas cuando no destinan ni el mínimo necesario para solventarlas? La respuesta es simple: porque la intención no es arreglar el Hospital Insular, sino desmantelarlo y especular con el suelo.
Y aquí entra en juego un elemento aún más inquietante. Según todo lo que se desprende de las decisiones adoptadas, parece evidente que el objetivo tanto de la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias como del Cabildo Insular de Lanzarote, ambos gobernados por CC, es sacar a todos y todas las pacientes y profesionales del Hospital Insular, vaciarlo, dejarlo sin vida y permitir que muera por abandono. Porque un hospital vacío es un hospital prescindible. Y un edificio declarado inservible es un edificio susceptible de ser recuperado por el Cabildo Insular para otros fines, concretamente, y esto ya asoma entre líneas, para convertir el terreno y el edifico en un centro sociosanitario concertado con una empresa privada. Sería, en definitiva, transformar el patrimonio público e histórico de todos los conejeros y conejeras en un negocio y rédito político por parte de la más derechizada CC. Y hacerlo a costa de borrar de un plumazo no solo un hospital, sino 75 años de historia y de identidad lanzaroteña.
En medio de esta estrategia de erosión de lo público, o como decimos en esta tierra “a la zorrúa”, llega el 75 Aniversario del Hospital Insular. Una efeméride que debería haber servido para reconocer su historia, su labor y su legado en la isla. La respuesta institucional fue patética, una foto con una tarta y unas velas en el patio. Una postal improvisada, casi una burla, que demuestra el auténtico valor que le conceden a un centro que ha sido hogar, refugio y atención digna para miles de mayores lanzaroteños en casi un siglo de historia. Pablo Eguia, Oswaldo Betancort, Marciano Acuña y Erasmo García, ¿no les dio vergüenza?
El contraste se vuelve insultante cuando se observa el despliegue propagandístico con el 35 aniversario del Hospital Molina Orosa: actos oficiales, homenajes, puestas en escena grandilocuentes en los Jameos del Agua, discursos y autosatisfacción institucional. Dos aniversarios, dos hospitales y dos varas de medir que dejan en evidencia el rumbo político: vaciar de legitimidad social y popular al Hospital Insular en su 75 cumpleaños. Lo que no se ve, no se quiere. Y lo que no se quiere, no se reivindica como propio.
Pero lo que está en juego no es un edificio, sino un modelo de atención sanitaria. No es una cuestión presupuestaria, porque no hay voluntad de invertir. No es un debate técnico, porque las decisiones no se sustentan en informes reales. Lo que hay es un profundo desprecio hacia un hospital que no encaja en los planes políticos de una derecha cada vez más extremista contra los servicios públicos, un desprecio hacia sus profesionales y, lo más grave, hacia los mayores que dependen de él.
La sociedad lanzaroteña no puede permitir esta pérdida. No puede aceptar que un hospital geriátrico de excelencia estatal sea reducido a una planta marginal. No puede asentir mientras se diluye un servicio público que funciona, que es necesario y que ha demostrado estar a la altura durante décadas.
Yo, como diputado, enfermero y vecino de Lanzarote, seguiré en alerta e intentaré con todas mis fuerzas evitar que el Hospital Insular, “el hospital del Pueblo”, lo dejen morir.
Las instituciones públicas pueden seguir sacando fotos con tartas y velas. Pero la ciudadanía tiene memoria. Y la historia también.