Sí, soy populista
A veces, las palabras que otros lanzan como acusación acaban convirtiéndose en un espejo. Un espejo incómodo, sí, pero también revelador. En los últimos tiempos he escuchado, una y otra vez, que mis intervenciones, mis preocupaciones, mi forma de expresarme como uno canario más con orgullo de nuestra habla popular, además de mis denuncias, me convierten en “populista”. Y he tenido que preguntarme qué significa realmente esta palabra cuando la arrojan con tanta facilidad quienes se sienten molestos por lo que digo en cada entrevista o en cada intervención en el pleno del Parlamento de Canarias defendiendo a Lanzarote, o defendiendo algo tan valioso como es la sanidad pública, donde previamente siempre solicito informes y datos para hablar cada vez que me subo al estrado con rigor, sin argumentarios escritos por asesores, y con el lenguaje de la verdad, ese que entiende todo el mundo más allá del hemiciclo.
Si ser populista, según quienes me señalan cada día, tanto miembros de los grupos que apoyan al gobierno, como medios afines o colectivos molestos, es creer que la sanidad pública no es un lujo, sino un pilar irrenunciable de una sociedad justa, entonces sí, quizás sea populista. Si es populismo exigir que la salud mental deje de ser una nota a pie de página en los presupuestos, que las esperas no deshumanicen, que quienes sufren encuentren manos tendidas y no puertas cerradas, entonces, sí, soy populista. Si es populismo pedir que Lanzarote reciba los recursos que merece, que no sea la eterna abandonada, el patito feo en inversiones; que la distancia no se convierta en olvido; que nuestros pueblos, nuestros barrios y nuestras familias tengan el mismo derecho a una vida digna que en cualquier otro rincón del archipiélago, entonces llevo esa etiqueta con orgullo.
Porque si defender lo nuestro, lo tangible, lo pequeño pero valioso, lo que tiene más de cien años de historia y late en la memoria de quienes nos precedieron, significa enfrentarse al poder y a los intereses de quienes prefieren el brillo inmediato del desarrollismo sin límites, entonces sí, soy populista. Si ponerme del lado de un pueblo que lucha por conservar su identidad es populismo; si cuestionar al hotel que avanza sobre la orilla es populismo; si levantar la voz por una isla más sostenible, más equilibrada y más humana es populismo, entonces acepto el término con serenidad.
Porque, al final, lo que algunos llaman populismo no es otra cosa que cariño. Cariño por una tierra que no quiero ver convertida en escaparate. Cariño por una isla que merece futuro, que merece convertirse en nuestro hogar, pero también memoria. Cariño por una forma de vivir que no todo el mundo entiende, pero que para muchos de los que militamos en Nueva Canarias Lanzarote lo es todo. Y si a todo eso lo llaman populismo, entonces sí “mi niño”, soy populista y no me avergüenza.