Un reportaje con la ilusión

El baile como resiliencia: la historia de Silvia Moroni y Fran Vega

Silvia Moroni y Fran Vega, bailarines
Silvia Moroni y Fran Vega, bailarines
En un mundo tan competitivo como el artístico, Fran y Silvia lograron encontrar su lugar en la danza y el teatro
El baile como resiliencia: la historia de Silvia Moroni y Fran Vega

Ir detrás de un sueño es un desafío, y más cuando la vida pone tantos retos por el camino. Silvia y Fran lo saben bien. Desde pequeños han estado enfocados en un objetivo firme: vivir de la danza y expandirse en el mundo artístico.

Aunque han recorrido caminos muy distintos, hoy sus trayectorias se cruzan en Lanzarote, donde trabajan codo con codo, ritmo a ritmo, compás a compás. Juntos ofrecen espectáculos en hoteles y escenarios de la isla, y ahora están apostando por proyectos más ambiciosos, como Madre mía, qué boda, una obra inspirada en Mamma Mía que no solo les ha permitido crecer, sino también crear una familia artística con otros profesionales del sector.

Ambos comparten una profunda pasión por su trabajo. Y aunque comenzaron con base en la danza clásica, han sabido evolucionar y encontrar su propio estilo, explorando nuevas ramas creativas.

Silvia Moroni: una vocación desde los 4 años

Silvia dio sus primeros pasos de baile a los 4 años en una escuela de su ciudad natal, cerca de Roma. Fue su madre quien la apuntó, sin imaginar que aquel gesto marcaría para siempre su destino.

“A esa edad no tenía claro qué quería ser, pero desde entonces supe que mi futuro estaría conducido por la danza”, recuerda con emoción y una convicción que ha sido su mejor aliada en este camino.

Lleva años viviendo en Lanzarote, donde ha encontrado no solo estabilidad profesional, sino también un espacio que le permite seguir creyendo. “Me sigue sorprendiendo que aquí, en Lanzarote, haya podido hacer tanto como artista. He trabajado en producciones grandes, en teatros...Estoy muy agradecida”, dice.

Desde hace cinco años trabaja en una empresa especializada en espectáculos turísticos, pero su crecimiento ha ido más allá de los escenarios hoteleros. “Al tener un equipo tan potente, con músicos, bailarines, acróbatas, hemos podido crear espectáculos más ambiciosos. Eso ha sido un gran salto”, explica.

Su trayectoria no ha sido fácil. A los 18 años decidió dejar su país y antes de ello, decidió formarse en una prestigiosa academia de Milán. “Nos controlaban mucho el físico. Tenías que mantener una imagen concreta, un peso específico…Psicológicamente era duro”.

El ballet clásico, aunque exigente, le dio una base técnica y sólida que hoy reconoce como fundamental. “En su momento no lo entendía, pero hoy sé que me ha abierto muchas puertas”.

Ahora lleva una vida más equilibrada. Se cuida, pero también se permite disfrutar. “Si quiero comerme un McDonald´s, lo hago. Pero cuando hay una producción grande, vuelvo a cuidar más detalladamente mi alimentación, hidratación y descanso”.

Reconoce que lo más difícil fue alejarse de su familia, y que al principio su padre no entendía su decisión. “Soy la única artista de mi familia. Pero cuando vieron que empezaba a convencer al público con mi danza, entendieron que estaba en el camino correcto”.

Fran Vega: el arte como promesa

Fran, artista, coreógrafo y coach, graduado en artes escénicas, música y danza, la mira con admiración. La complicidad entre los dos es evidente.

Él también comenzó muy joven, con solo cuatro años. “He pasado más tiempo sobre un escenario que fuera de él”, afirma. Fue becado desde niño por la compañía Bambalinas. “Mi familia no tenía recursos. La primera pregunta fue cuánto costaba”, recuerda. Esa oportunidad se convirtió en un motor. “Yo sentía que tenía que demostrar el doble”

La formación era intensa: ballet, contemporáneo, jazz, claqué, teatro, canto…“Era como un centro de alto rendimiento, aunque como niño lo vivías como un juego”. Su físico, “era un niño muy gordito” también supuso un reto. “Te exigían ciertas cualidades físicas, como la altura. Eso ha cambiado un poco con los años”.

Uno de los momentos más duros de su vida, llegó cuando perdió a una persona muy cercana. Y prometió conseguir su sueño por su ser querido. Esa promesa se convirtió en su guía. “Muchas veces me esfuerzo el triple, no solo por quienes confiaron en mí, sino por la promesa que hice”. Por ello, a los 18 años vivió su primer gran salto internacional: un intercambio en Los Ángeles, donde aprendió de Lashaun Price de la Debbie Reynolds Studio en Los Ángeles.  A su vuelta, después de 3 meses de formación, aprovechó una escala en Madrid para audicionar con Víctor Ullate y Carmen Roche. Fue seleccionado para un programa intensivo que marcó un antes y un después en su carrera. 

Más allá de la técnica, Fran confiesa que el arte fue su refugio emocional. “Ir a clase era mi terapia. Era el niño más feliz del planeta mientras bailaba”. Hoy con una trayectoria consolidada, reconoce que su camino no ha sido fácil.

Crear, compartir, formar

Silvia y Fran no solo bailan: también producen, crean y forman a nuevas generaciones. Hablan con franqueza de los inicios sin remuneración, de las audiciones, de los castings. También, reflexionan que quieren ser artistas integrales. Cantar, bailar, actuar, comunicar…todo forma parte de una misma vocación. El último proyecto, Madre Mía, qué boda, es un reflejo de eso. “Fue terapéutico. Me hizo volver a emociones que tenía guardadas”. 

El tiempo pasa, y las prioridades, pero la pasión y la esencia no. Silvia agradece que, actualmente, puede equilibrar su trabajo con colaboraciones dedicadas a la enseñanza. Silvia ha tenido la gran suerte de poder observar como la danza y el arte tienen un poder inimaginable, porque a través de su experiencia con una compañía de danza inclusiva, "he comprobado como personas con diferentes capacidades han podido encontrar su forma de comunicar y hallar así, su lugar en el mundo".

Por último, estos dos artistas han pasado por muchas horas de formación, cientos de audiciones, puertas cerradas y más de una caída. Pero a día de hoy, siguen formándose, creando, disfrutando de su trabajo junto a sus compañeros y compañeras. Buscando inspirar a nuevas generaciones.

Porque el arte, como la vida, se gana con esperanza.

Comentarios