‘Parlem’

Cataluña anda pidiendo diálogo, y parte de líderes políticos, y de representación social y cultural también lo hacen, sin tener la certeza de que desde Cataluña se puede querer mantener un monólogo con su eventual  interlocutor, aunque diálogo parezca implicar argumento, intento de convicción y cesión.
 
Se podría llegar a tener un diálogo de besugos, bilateral o unilateral, como la declaración de independencia, donde cada parte habla de lo mismo desde perspectivas encontradas, cuestionando lo que cada término, frase o afirmación significa, apelando a la democracia desde la ruptura de la ley; de leyes, revistiendo con supuestas garantías jurídicas su vulneración. Diálogo de sordos, con cada interlocutor manteniendo sus posiciones sin argumentos que les apee de ellas. Petición de diálogo como medio para ganar tiempo.
 
Solicitud de voluntad de diálogo sobre un supuesto de vulneración del marco de convivencia donde no parece que deba de haber más respuesta que la de la justicia, pues de no ser así la estructura del estado no podrá responder a los embates que le lleguen desde todos los frentes. Tampoco la Unión Europea podrá con las vías que, de consolidarse la voluntad revolucionaria de una parte de los catalanes, se abrirán en la misma dirección. La cuestión de fondo es si se abren nuevos tiempos y viejas heridas y ello conduce a una nueva realidad europea, xenófoba, de patrias pequeñas y de múltiples fronteras.  
 
Diálogo, disparatado por cierto, para convencer de que las garantías del proceso revolucionario iniciado tienen su sustento en el propio marco constitucional, anteponiendo la supuesta voluntad popular al valor de  las leyes que arbitran la convivencia. En el contexto de la vulneración de la ley por parte de un ciudadano o conjunto de ellos, puedo intuir que ningún diálogo es posible, pues si la ley es igual para todos, el diálogo se producirá en el momento en que se restituya el marco de convivencia. La ley debe dejar de ser objeto de apelaciones a garantizar libertades, pues éstas no se han dejado de disfrutar, ni son una falacia los grados de autonomía alcanzados.
 
Los dirigentes catalanes conocen el temor del resto del Estado a que puedan sentirse agraviados
Los dirigentes catalanes conocen el temor del resto del Estado a que puedan sentirse agraviados, y el Estado sabe de la capacidad de movilización de los revolucionarios, pues la labor de adoctrinamiento de parte de la población ha dado sus resultados. Cuando los independentistas reclaman, tras la aplicación del 155, que Cataluña será lo que ellos deseen que sea, habría que preguntarles si a cualquier precio, vulnerando el marco constitucional, el propio estatuto de autonomía y negando a aquellos catalanes que desean el cumplimiento de  las leyes.
 
El reconocimiento de que un sector del pueblo catalán es la cantera, y una de las sociedades más preparadas del mundo, no hace más que evidenciar que es el resultado del proceso de adoctrinamiento impuesto durante décadas. Un pueblo manipulado y engañado que no duda en secundar acciones ilegítimas amparados en un relato victimista y excluyente.
 
El enredo ha llegado en forma de palabras carentes del significado que tienen para adquirir el que convenga que tengan. Si este es el punto de partida del proceso revolucionario catalán, algo tendrá que suceder para que cualquier atisbo de diálogo pueda ser posible. Igual es el diálogo que se pide cuando lo que queremos negociar es cómo, tras haber robado un banco, teniendo rehenes, pretendemos salir indemnes, y además quedarnos con la pasta.
 
La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea que Puigdemont reclama que debe protegerlos, efectivamente lo debería hacer. Por medio del derecho a un juicio justo. La misma Carta también debería exigirla el Estado Español, para protegerlo de una rebelión que atenta contra la propia Constitución Española. Por lo que parece, el independentismo aspira a dos raseros de nuestros socios europeos.

 

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