Opinión

La generación perdida

En enero de 2021, España era el país con la tasa de desempleo juvenil más elevada de la Unión Europea. Aproximadamente un 40% de las personas menores de 25 años en situación de trabajar no tenían la opción de integrarse en el mercado laboral. Canarias no está al margen de esta realidad, muy al contrario. En el segundo trimestre del año fuimos la Comunidad Autónoma donde la población juvenil fue más castigada por el paro con una tasa de desempleo del 52,3, según la EPA.

Aunque los meses de agosto y septiembre han supuesto leves mejoras en el número de contrataciones, lo cierto es que los jóvenes, junto con los trabajadores de baja cualificación, son los que se están viendo más afectados por el impacto negativo de la crisis.

Primero fue la gran crisis o la gran recesión, como cada quien quiera, que vivimos entre 2008 y 2013, y que dejó a muchos jóvenes descabalgados del mercado laboral. Ahora, la crisis económica derivada de la sanitaria por el COVID, nos deja un panorama completamente desolador para aquellos que, por un motivo u otro, abandonaron su formación al finalizar la enseñanza obligatoria o que ni siquiera la terminaron porque, desgraciadamente, en las islas seguimos siendo campeones del abandono escolar en España.

Tampoco es alentador el otro lado, el de los chicos y chicas que han terminado sus estudios y buscan su primer empleo sin conseguirlo y que viven en la misma incertidumbre.

Sin duda, es una generación de jóvenes con un futuro incierto. De momento la recuperación económica y la creación de nuevos puestos de trabajo está lejos. No hay brotes verdes a la vista ni visos de que puedan incorporarse al mercado laboral hasta que la situación mejore y saben que eso será con casi toda probabilidad cuando estén más cerca de los 30 que de los 24 o 25 años que pueden tener ahora. Y con un futuro tan incierto sólo cabe la desesperanza y la frustración. Frustración por no poder desarrollarse profesionalmente, por carecer de oportunidades después de tantos años de esfuerzo y porque sin trabajo no hay emancipación ni proyectos personales que emprender.

Así las cosas, a los jóvenes solo les queda echar el freno en el lógico crecimiento personal y laboral que ansían. Parar y aprovechar el momento, en el mejor de los casos y si la situación económica familiar lo permite, continuar con su formación y adquirir más conocimientos. No estaría de más que en medio de este callejón sin salida los jóvenes sintieran que sus

gobernantes los tienen presentes en sus políticas públicas más allá de un bono cultural para celebrar su mayoría de edad y cuando poco o nada se hace para garantizarles una mejor formación educativa y profesional.

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