Opinión

Nacionalismo simplón

Que los vascos son tal o cual, que los catalanes son tal o cual, son expresiones que escucho repetidamente desde que llegué a Canarias hace ya 20 años. Debates o charlas informales de políticos nacionalistas, donde la autocrítica brilla por su ausencia, o conversaciones de gente de a pie casi siempre están centradas en señalar al otro.

Cuando empiezan las pontificaciones exacerbadas llenas de prejuicios y dogmas siempre me remito a la economía real: cuántos sanitarios por habitante tienen unas  y otras comunidades autónomas, cuántos profesores por habitante tienen sus pueblos, qué puesto ocupa Canarias en los resultados de la evaluación PISA que mide el rendimiento académico del alumnado en matemáticas, ciencia y lectura.  

En esta última el Archipiélago no está ni siquiera en puestos de Europa League, más bien acaricia puestos de descenso. O no es para sonrojarse que un diario de tirada nacional haya titulado su análisis de los datos del informe PISA 2017 – 2018: ‘La tasa de ninis en Canarias duplica a la del País Vasco”, entendido los ninis como la población de 18 a 24 años de edad que ni estudia ni trabaja.

Como ciudadano es lo que realmente me interesa o importa, infinitamente más que agitar una bandera como si ese “patriotismo” resolviera problemas. Lo que hay que hacer es copiar y mejorar lo bueno en vez de anclarse en la cultura de la queja, sería mucho más productivo trabajar y reivindicar con argumentos ante las instancias competentes.

Sería un buen ejercicio preguntarle a representantes públicos o responsables orgánicos de fuerzas políticas, qué es o al menos qué entienden por nacionalismo, podríamos llevarnos más de una sorpresa. O es que ser nacionalista es apuntarse a un partido de tu región sin puñetera idea de su ideología y principios.

El nacionalismo es una realidad compleja, rica desde el punto de vista cultural, político y social y con una fuerte carga emocional, de hecho, un estudioso del nacionalismo español, el catedrático Juan  José  Solozábal, lo define en la revista de estudios políticos Nueva Época como “un sentimiento generalizado en una comunidad que propugna para el propio grupo la consecución de un estado exclusivo como forma ideal de organización política, al que considera la expresión, la garantía y el impulso de su propio sentido de identidad”.  Al rincón de pensar.

Y claro que es un proceso muy complejo el cultivo de la identidad de un pueblo y el trabajo por la consecución de  su bienestar, no podemos entonces confundir nacionalismo con clientelismo, que en su acepción más general  es la política de obtención y mantenimiento del poder asegurándose fidelidades a cambio de favores y servicios, de ahí que haya partidos con bases ideológicas supremamente débiles que pierden el poder y ya huelen a cadáveres políticos.

Y así como no es justo ensalzar el nacionalismo simplón o algo peor, el nacionalismo de chatarra, tampoco podemos tolerar los extremismos. El mismo Solozábal sostiene, en referencia al aspecto más emocional del nacionalismo, que corre el riesgo de  pasar de ser la fuente de vitalidad de un pueblo, la causa de todo tipo de desprendimientos y actuaciones desinteresadas, a ser un recurso de los desaprensivos y la coartada de la insolidaridad y el racismo, desvirtuando así todo su ideario. Yo seguiré remitiéndome a la economía real, al estado de bienestar, que creo es lo que nos interesa a todos.

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