“Un mundo más pequeño”
“La ignorancia es la noche de la mente, una noche sin luna y sin estrellas...” (Confucio)
Vivimos en una época en la que el desconocimiento, lejos de ser un desmérito, se transforma en un poderoso instrumento de influencia social, política, económica...
Esta dignificación de la ignorancia se manifiesta en el colérico rechazo de la argumentación rigurosa, presentándola como virtud democrática, como una forma de “verdad” invulnerable.
Adquiere un poder que brota de la resonancia, de su capacidad para exacerbar sentimientos primarios, para activar viscerales adhesiones. En este sentido, es un recurso calculado que neutraliza cuestionamientos incómodos.
La saturación de datos irrelevantes, la desinformación deliberada y la simplificación excesiva de debates complejos producen un efecto sutil: adormecen la capacidad crítica civil y generan conformismo. El ciudadano, expuesto a información fragmentada o sesgada, termina aceptando verdades aparentes sin interrogar su origen o validez.
La ignorancia no evita conflictos: los aplaza. No fomenta la tolerancia: proclama la indiferencia. No construye comunidad: la vacía de contenido. No suaviza la vida social: la polariza. Es combustible para el prejuicio.. Donde falta información, proliferan los estereotipos y las mentiras cómodas.
La ignorancia puede ser inevitable, sí. Pero convertirla en virtud es un acto profundamente reaccionario. Es apostar por una sociedad más fácil de dirigir, pero más difícil de dignificar.
Quien defiende la ignorancia como valor social defiende un mundo más pequeño. Uno reducido, infantilizado, manejable, … Es elegir la ceguera sobre la lucidez, el estancamiento sobre la transformación, la comodidad sobre la libertad.
Jacques Ellul, en sus estudios sobre propaganda, señalaba “que no toda manipulación genera conflicto. Algunas formas de propaganda pacifican, integrando a los individuos en una narrativa que los tranquiliza y los mantiene dóciles”.
De este modo, la ignorancia inducida tiene un valor que trasciende lo individual: es un instrumento de manipulación y falseamiento de la realidad.
Fomentar el pensamiento crítico no es solo un objetivo educativo, es una exigencia social. Como dijo John Dewey, implica un "examen activo, cuidadoso y persistente de toda creencia o conocimiento a la luz de sus fundamentos". Es hora de adoptar esa actitud de forma generalizada.