Contra la infamia: verdad, memoria y decencia democrática

Durante dos años, demasiados han preferido el agravio a los hechos. Se levantó un relato a base de insinuaciones, titulares apresurados y una sospecha repetida hasta parecer cierta. Hoy, con el informe de la UCO sobre Ángel Víctor Torres ya conocido, podemos decirlo con claridad: no hay indicios delictivos contra él. El documento sitúa su intervención en la resolución de incidencias propias de una emergencia, no en adjudicaciones ni en comisiones.

Conviene recordar el contexto que algunos han querido borrar. En 2020, cuando el mundo competía por mascarillas y respiradores, Canarias gestionó la pandemia de forma sobresaliente: fuimos la comunidad autónoma con menor mortalidad por COVID-19 en España. Ese resultado no fue casualidad: hubo vigilancia eficaz, coordinación institucional y decisiones difíciles adoptadas pensando en la gente, con una máxima inequívoca: defender el interés general.

Los hechos son tozudos.. La relación con el señor Aldama es exactamente lo que siempre se dijo: un único mensaje. No hubo teléfonos “encriptados” para ocultar conversaciones ni la retahíla de fabulaciones que se convirtieron en munición política y ruido mediático. Aun así, durante meses se intentó transformar la sospecha en culpa para dañar a una persona, a su familia y a su trayectoria. Eso no es fiscalización: es infamia.

No se trata de pasar página como si nada. Cuando se señala sin pruebas y se amplifican falsedades, existe la obligación ética de rectificar y pedir disculpas. No por revancha, sino por higiene democrática; por respeto a quienes sirven desde lo público y a una ciudadanía que merece política con fundamento. Discrepar es sano; calumniar, no.

Desde Lanzarote reivindico además lo esencial: la política que trata bien a la gente. La que rinde cuentas con datos, publica expedientes, explica decisiones y corrige cuando se equivoca. La que pone la energía en lo que de verdad cambia vidas: vivienda, agua, sanidad y una economía que funcione para la mayoría, y no en sostener bulos. Ese fue el sentido de nuestra gestión en pandemia y debe ser el estándar permanente.

Escribo desde la convicción de que la verdad importa. Importa para reparar el daño a personas y familias. Importa para reconstruir confianza. Importa porque sin verdad no hay debate útil, ni decisiones justas. Que cada cual asuma su parte: quienes acusaron sin prueba, rectifiquen; quienes informan, verifiquen; quienes representamos, expliquemos y respondamos.

Y termino con una idea que quiero convertir en compromiso compartido: dignificar la política es tarea de todos y de todas, instituciones, partidos, medios y ciudadanía. Sólo así la democracia se hace más fuerte y la verdad vuelve a ocupar su sitio.