Opinión

Espejismo navideño

Las luces navideñas que adornan las plazas y calles de todos los rincones de nuestras Islas, el bullicio y el movimiento de gente cazando alguna mesa que quede libre en las terrazas, las colas de coches y de gente para acceder a las grandes superficies comerciales y los anuncios propios de la Navidad que se escuchan en radios y televisiones esconden la realidad de estas navidades, generando un espejismo que busca aparentar normalidad. 

Éstas son unas fiestas inéditas, completamente diferentes a las que hemos disfrutado a lo largo y ancho de nuestras vidas. La  COVID-19 y las secuelas que nos está dejando en nuestra salud y bienestar están rompiendo el corazón y la esperanza de miles de familias. Más de sesenta mil familias en España que han perdido a un ser querido por culpa de la pandemia en lo que va de año —más de 400 de ellos en Canarias— y casi dos millones de infectados —más de veinticinco mil en el Archipiélago— hacen que las luces y el bullicio no puedan calmar el dolor y la tristeza de los que han sufrido los efectos demoledores del virus.

Al dolor y al pánico que está dejando la pandemia se une la incomprensible gestión que el Gobierno de España y las comunidades autónomas están llevando a cabo de la misma. La falta de liderazgo en la gestión de las medidas necesarias para frenar, controlar y derrotar al virus desorientan y frustran a una buena parte de la sociedad. Mal nos seguirá yendo como país si, ante un drama sanitario y económico como el que estamos viviendo, el Gobierno de España y de los distintos territorios que conforman el Estado son incapaces de coordinarse, entenderse y trabajar lealmente. Lamentablemente, está imponiéndose el interés partidario frente al interés general.

A las dispares y desordenadas medidas que están impulsando las comunidades autónomas para frenar la segunda ola de la pandemia, se une la improvisación y la unilateralidad de las medidas que con el mismo fin están tomando los países de la Unión Europea y el Reino Unido. La falta de criterio y planificación en el control de la movilidad están generando un caos en los aeropuertos y en los principales centros de comunicaciones, cuyas consecuencias están pagando en primer término los ciudadanos que en una fechas tan señaladas intentan reunirse con sus familias. A la preocupación por los contagios en las grandes aglomeraciones que están generándose en los aeropuertos se une la rabia y la impotencia de gente desamparada ante los distintos criterios de las autoridades y de las compañías aéreas a la hora de viajar al encuentro familiar.

Más duras todavía están siendo estas fiestas navideñas para las familias que han perdido algún ser querido a manos del COVID-19 o para aquellos que viven en la incertidumbre derivada de contagios en el entorno familiar.

Tampoco las luces y el bullicio navideño contagiarán a las miles de personas y familias que han perdido el trabajo, ni a los que en estos momentos están amparados en la incertidumbre de un ERTE. ni a las decenas de miles de autónomos que han visto como la crisis sanitaria y las medidas adoptadas para contenerla los han abocado —o están camino de ello— a la ruina. 

La única luz que nos une a todos, y abre un camino a la esperanza, es la que ha encendido el inicio de la vacunación contra el virus. Es especialmente importante para Canarias que se conseguida cuanto antes la inmunidad en toda Europa. Nuestra gran dependencia del turismo exige que nosotros hagamos las cosas bien y que nuestros visitantes recuperen la confianza para hacer un viaje de ocio sin miedo a los contagios.

Definitivamente, estas fiestas navideñas están siendo muy diferentes a las que hemos vivido tradicionalmente, pero la esperanza y la ilusión porque el año que entra sea mejor es un deseo igualmente compartido por todos, y más necesario que nunca.

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