Opinión

Lo de Iglesias

En un año la pandemia ha matado a cerca de cien mil personas en España y camina sin freno hacia los tres millones y medio de contagiados. Miles de familias destrozadas. Proyectos personales y familiares arruinados por el virus. La crisis sanitaria ha golpeado también despiadadamente a la economía y a la calidad de vida de las familias. Centenares de miles de autónomos y empresas de todos los tamaños han tenido que echar el cierre o están a punto de hacerlo. Cinco millones de parados y creciendo las colas del hambre. En este oscuro escenario, sólo la vacunación de la población es la luz que hace concebir la esperanza de una recuperación que nos devuelva a la tradicional normalidad. Sin embargo, la sensación que se transmite a la sociedad es que la política tiene otras prioridades, alimentando así el creciente desafecto a la misma de la ciudadanía.

La moción de censura en Murcia, las deslealtades en el seno de Ciudadanos, la disolución de la Asamblea de Madrid –con la consiguiente convocatoria de nuevas elecciones para el 4 de mayo– o la renuncia de Pablo Iglesias al Gobierno de España para ser candidato en Madrid, han acaparado todo el protagonismo esta última semana.

La salida voluntaria de Iglesias del Ejecutivo presidido Pedro Sánchez, para liderar la candidatura de Unidas Podemos a la Comunidad de Madrid, ha sido objeto de un sinfín de conjeturas por parte de los medios de comunicación, analistas políticos y de representantes de otros partidos. A simple vista, no es fácil comprender la renuncia de Pablo Iglesias a la posición que tenía en el Gobierno del Estado. La plataforma política que le ha otorgado la vicepresidencia segunda del Gobierno siempre quedará a años luz del papel que pueda jugar como miembro de la Asamblea de Madrid. 

Las razones que lo han llevado a tomar la decisión poco tienen que ver con el protagonismo que, además, tanto le gusta. Los resultados de las elecciones en Euskadi, Galicia y Cataluña, así como los pronósticos  que apuntaban las encuestas para las elecciones en la Comunidad de Madrid, colocaban a Iglesias en la disyuntiva de ser vicepresidente del Gobierno de España con fecha de caducidad para él y para el futuro de su formación política o intentar recuperar el peso de Unidas Podemos como herramienta que le permita prolongar en el tiempo su protagonismo en la política española. 

En las últimas elecciones celebradas en Euskadi y Cataluña, Unidas Podemos cosechó un rotundo fracaso, encendiéndose las luces de alarma en la organización. Un nuevo fracaso en Madrid podría ser la tumba para Iglesias y para el futuro de su organización. Las encuestas situaban las expectativas electorales de Unidas Podemos en Madrid bajo mínimos, apuntando riesgos ciertos de que la formación morada no alcanzará el 5% de los votos y que, por lo tanto, quedará fuera de la Asamblea.

La decisión de Iglesias es arriesgada, pero es la única que le permite proyectar su futuro político más allá de la presente legislatura. Un resultado honroso en Madrid le refuerza internamente y rearma de autoridad ante la militancia.

Desde la autoridad que le daría obtener un buen resultado en Madrid, Iglesias renunciará a su sillón en la Asamblea de Madrid para mantener su escaño en el Congreso de los Diputados y, ya sin las ataduras a las que obliga estar en el Consejo de Ministros, probablemente intentará recuperar su propio espacio político, marcando distancias con el PSOE de cara a las elecciones generales anticipadas que empiezan a dibujarse en el horizonte. 

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