Opinión

¿Ligotear en la ligoteca?

¿Ligotear en la ligoteca?

La ligoteca, un concepto maravilloso que descubrí en la universidad.

A muchos lectores les resultarán familiares las largas jornadas de estudio en las salas de las bibliotecas públicas de turno, cuando en épocas de exámenes nos pegábamos días y días encerrados, leyendo, memorizando y discutiendo (en voz baja). Aunque también se salía a desconectar y coger aire.

Recuerdo cuando llegó a mis oídos el término “ligoteca” y cómo retumbó dentro de mí el ingenioso juego de palabras, que reunía en su seno romance y estudio, placer y obligación, deleite y sacrificio. Y hoy, superada la presión por aprehender las vicisitudes y detalles de la baja Edad Media, por ejemplo, me ha vuelto a la cabeza con más fuerza.

Un comentario al vuelo, dicho casi sin pensar, puede despertar dentro de una mente curiosa toda una reflexión: Ir a la biblioteca a ligar. Comienzan a surgir preguntas del tipo ¿a qué podemos ir a un lugar así? ¿dónde están las salas de estudio? ¿por qué debatir en la calle? ¿se le puede dar nuevos usos alternativos a los tradicionales? ¿le estamos dando el correcto? ¿son sinónimos sala de estudio y biblioteca?

Las bibliotecas públicas cumplen una labor social de suma importancia, al ser el lugar donde el acceso a la información es accesible a toda la ciudadanía. Y aunque se dice de ellas lo mismo que de la radio, que están en serio riesgo de extinción, ahí siguen ambas, desafiando las tecnologías y la superficialidad, adaptándose al medio, que diría Darwin.

Hoy por hoy la principal fuente de información y comunicación de masas es Internet. En el momento en que a cualquiera persona le viene una duda a la cabeza, tira de móvil y a consular a Santa Wikipedia y a San Google. Y sí, resulta super eficiente si lo que queremos es dejar callado al cuñado de turno en la cena de Navidad, pero ¿tiene la misma utilidad para hacerse con argumentos sólidos y de calidad?

Dicho lo cual, podría valorarse nuevas opciones de uso de la biblioteca como centro sociocultural en ese proceso vivo de adaptación al medio ya mencionado, con usuarios y gestores públicos involucrados en esta nueva fase en la que, sin dejar de ser centros de conservación, de estudio, de fomento y acceso a la lectura, entendiera el espacio de forma multifuncional, creando ambientes diferenciados para debatir, estudiar o sentarse a leer.

Y, además, con un programa público de actividades que cubra las diferentes necesidades de esta nueva sociedad que ha ido evolucionando con las bibliotecas.  De esta manera, jóvenes y no tan jóvenes, amantes de una buena discusión de ideas, de la lectura o la investigación, se encontrarían en el espacio común de la cultura y el saber.

Ahora sería cosa de sentarse a reflexionar. ¿Qué va a ocurrir en Lanzarote? ¿Nos adaptaremos en tiempo y forma o una vez más acabaremos viendo con envidia cómo otras islas desarrollan sus espacios culturales, multiplican sus usuarios y se benefician de sociedades informadas y con criterio?

Cierro esta invitación a la meditación sosegada con unas palabras del periodista norteamericano Walter Cronkite: “Cualquiera que sea el coste de nuestras bibliotecas, el precio es barato comparado con el de una nación ignorante”.

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