Opinión

Tiempos convulsos

Una serie de acontecimientos políticos, económicos y medioambientales están conformando un mundo convulso. Unas circunstancias que, en plena era de la globalización, afectan también a España y a Canarias. Es imposible situarse o creerse al margen. Se trata de muy variados asuntos de cuya acertada o errónea solución depende la evolución de los sistemas democráticos, de la economía y el empleo. E, incluso, el futuro del planeta, cuyos procesos actuales generan preocupación y desasosiego.
 
Tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2017 hay nuevos elementos de inestabilidad. Con sus políticas económicas proteccionistas y su enfrentamiento con China -cuyo episodio más reciente ha sido la detención de la vicepresidenta de la multinacional tecnológica Huawei en Canadá, actualmente en libertad bajo fianza mientras continúa la solicitud de extradición a Estados Unidos, lo que ha incrementado la tensión entre los dos colosos económicos. Pero también con sus decisiones en materia de inmigración y sus políticas fiscales que buscan el beneficio de los más ricos.
 
El presidente estadounidense también decidió retirar a su país del Acuerdo de París sobre cambio climático. Pese a las evidencias científicas de las consecuencias del maltrato al planeta -que ya comienzan a percibirse- y las implicaciones que éste trae de calentamiento global y más presencia de situaciones extremas, enormes inundaciones y grandes sequías, crecimiento de los mares y anegación de amplias zonas costeras; los negacionistas del cambio climático no tienen el menor interés en reducir los actuales niveles de emisiones contaminantes y evitar las futuras catástrofes y desplazamientos obligados de población.
 
La imprescindible apuesta por la disminución de emisiones contaminantes y el impulso de un modelo de desarrollo sostenible, en el que deben tener un lugar prioritario las energías renovables, encuentra un enorme muro en algunos de los estados más poderosos y en los lobbies del petróleo, poniendo en riesgo la salud de los hombres y mujeres de hoy y la pervivencia de los del futuro.
 
El trumpismo no se limita a Estados Unidos. Sus posicionamientos demagógicos y radicales, su habitual recurso a las mentiras y a la estigmatización de colectivos, los podemos observar también en el nuevo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Y la presencia de formaciones de extrema derecha en las instituciones se extiende por toda Europa. En los antiguos países de la Europa del Este, especialmente en Hungría y Polonia. Pero también en Austria, Noruega, Francia e Italia.
 
En las elecciones autonómicas celebradas recientemente en Andalucía se ha confirmado que el Estado español ya no se encuentra al margen de esas corrientes y, en cierta medida, comienza a homologarse al resto de Europa en sus aspectos más peligrosos. Por lo que suponen de desprecio a los derechos y avances sociales, a la pluralidad política y nacional, a la igualdad entre mujeres y hombres, a la construcción de sociedades tolerantes, acogedoras e integradoras.
 
Brexit
Por otra parte, el Brexit parece descontrolado y la primera ministra británica, Theresa May, incapaz de convencer a su Parlamento, limitándose a conseguir una tregua de su propio partido conservador. Las consecuencias del Brexit pueden ser terribles para la economía del Reino Unido y para el conjunto de la Unión Europea. Nada que ver con las promesas de mayor riqueza y bienestar de quienes impulsaron el proceso de desgajamiento de la Unión. Repercutirán, también, sobre el resto de la UE y sobre España y Canarias, que tienen una enorme dependencia del turismo británico, además de la posible afectación de los sectores agrícolas de exportación y el impacto en el presupuesto europeo.
 
En otro de los grandes referentes europeos, Alemania, también crece la presencia en los Lander de una formación populista y xenófoba y el mundo observa con preocupación el anticipadamente anunciado adiós de Ángela Merkel, que ha dejado su impronta en las políticas europeas desde 2005. Junto al haber de posiciones migratorias más sensatas que otras derechas europeas, tiene el debe de su activo papel en la aplicación de las políticas de austeridad y recortes impuestas durante la crisis económica, que han debilitado la confianza de amplias capas ciudadanas en las instituciones y, asimismo, resquebrajado los sentimientos favorables a la construcción europea.
 
Francia tampoco pasa por sus mejores momentos, con una aguda crisis social y la caída en picado de la popularidad del liberal presidente Macron. Lo que le ha obligado a presentar un paquete de urgentes medidas sociales, evaluadas en 10.000 millones de euros, entre ellas, el incremento en cien euros mensuales del salario mínimo (muy superior al español), la exención de determinados impuestos a las horas extras o una reducción impositiva para pensionistas que cobren menos de 2.000 euros al mes.
 
Habrá que observar cuál es el coste para el proyecto de Macron de este conflicto social y si beneficia o no a las opciones populistas, como la Agrupación Nacional (anteriormente Frente Nacional) de Marine Le Pen. En cualquier caso, las próximas elecciones europeas de mayo de 2019 serán un preciso termómetro sobre la evolución de ese espacio político en el conjunto de la Unión.
 
Socialdemocracia
Todo ello sucede en medio de un absoluto desmantelamiento de la socialdemocracia. Cae en las encuestas y en los procesos electorales en Alemania, vive sus horas más bajas en Francia e Italia aunque muestra fortaleza en Portugal. En España gobierna en minoría, con muchas dificultades para sacar adelante las cuentas públicas para 2019 y una complicada gestión del tema territorial en Cataluña, que parece muy lejos de ser adecuadamente encauzado.
 
La situación también empeora en Canarias. Nos alejamos de la convergencia en renta media con España, pasando del 97% del 2000 al 79% en el próximo 2019. Tenemos una pésima redistribución interna de la riqueza, una sociedad con escasos niveles de equidad y con elevada pobreza y exclusión social. Así como una crisis en los servicios públicos. Con un modelo de desarrollo que presenta graves elementos de insostenibilidad, como han puesto en primer plano los problemas de depuración de aguas o los que afectan a la movilidad, con atascos continuos y un insuficiente peso del transporte público.
 
No hay fórmulas mágicas para hacer frente a un vendaval que pone en cuestión el estado del bienestar y la construcción de una Europa social, democrática, al servicio de sus ciudadanas y ciudadanos. Pero considero que una de las claves del actual deterioro es la reiteración de políticas neoliberales que han ampliado la pobreza y la exclusión social, el antieuropeísmo y la desafección con la política y las instituciones democráticas, convirtiéndose en caldo de cultivo para el crecimiento de los populismos más extremos que ponen en riesgo la pacífica convivencia.
 
Entiendo que el camino debe ser otro. El de políticas económicas que impidan abismos sociales y apunten, por el contrario, a mayores niveles de equidad. El de consensuadas decisiones migratorias en una Europa que, según la mayoría de los expertos, precisará en la próxima década de la incorporación de millones de personas procedentes de distintos lugares del planeta.
 
El de la implantación de rentas básicas en un mundo en el que avanza la desigualdad y que se complicará aún más con la creciente robotización, que hará desaparecer buena parte de los actuales empleos. El del incremento de las actividades laborales en el mundo de los cuidados a las personas, con dignidad salarial y reconocimiento social. El del compromiso global, de instituciones y ciudadanía, en la lucha contra el cambio climático. El del escrupuloso respeto de los derechos humanos. El del aumento de las acciones dirigidas a la plena igualdad entre mujeres y hombres. El de la mayor transparencia y calidad democrática.
 
Román Rodríguez es portavoz en el Parlamento canario y presidente de Nueva Canarias.

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