Alcorques pelados
La inmaterial mente arrecifeña acababa de inventar el alcorque pelado, sin capa de rofe o de piedras de pequeño tamaño en la superficie. A falta de ambas, se ha optado por un manto de tela gruesa, tal que un trozo de moqueta.
Fíjate en los alcorques situados en la avenida de La Marina, en el lado de la acera de los edificios: hay montones. Cuando se planta un árbol en la vía pública, lo normal es que se haga un hoyo al pie para detener el agua en los riegos. Esa es la función del alcorque. Y, lo normal por aquí es que no se deje la tierra vista, sino que se la cubra de rofe o de piedrecitas. Que las tuvieron, de color blanco, una especie de callao de río que, un buen día, fue retirado, hace un par de meses, con motivo de la celebración del Carnaval en la avenida. ¿Quizá para que la gente no se los llevara? Por eso uno deduce que la supuesta moqueta tenía la función de evitar que la tierra se mezclase con los presuntos callaos de río y estos estuvieran resplandecientes. Tanto como para cegarte en un día soleado.
Una de tres. La primera posibilidad es reponer las piedrecitas blancas, lo cual no deja de ser una chorrada; para piedrecitas, mejor callaos negros por razones obvias. Otra posibilidad es retirar la moqueta y añadir rofe, pero sabemos que es un material apropiado para el medio rural pero que no funciona en la ciudad. Y la última es poner al responsable de cara a la pared, con los brazos en cruz, sujetando sendos brotes de árbol en cada mano y recitando mil veces: “Arbolito de mi vida, tú eres niño como yo…”.