Vivan las 'julagas'

Se supone que peregrina uno hasta festivales como el de Cannes con la intención de tomarle el pulso al cine contemporáneo o seguir la pista a cineastas que nos interesan; o a no se sabe bien qué. Pero este es un festival con tantas caras y aristas que también puede seducirte con su lado mas melancólico y nostálgico, con la programación dedicada a recuperar joyas de la historia del cine con ocasión de una efeméride o alguna restauración digital. Casi nunca queda tiempo para la sección Cannes Classics, que así se denomina, arrastrados por la dinámica demoledora de esta festival que te lleva a correr asfixiado de una sala a otra, detrás de las novedades. Pero este año hemos decidido plantarnos y darnos un respiro. La ocasión lo merecía: se proyecta estos días Nazarín, de don Luis  Buñuel, y le tenemos tanto cariño a esa película que nos hemos podido resistirnos y meternos de cabeza en la sala, que por cierto lleva su nombre: Salle Buñuel.
 
Nazarín se estrenó en Cannes hace 60 años y por esta película obtuvo el maestro aragonés el premio al Mejor Director de aquella edición. Fue la película que de algún modo rescató a Buñuel de su largo exilio mejicano y lo devolvió al circuito cinematográfico. Buñuel empezó su carrera en París, en tiempos del cine mudo, con películas como Un perro andaluz o La Edad de oro. En España, filmó más tarde el escalofriante documental Las Hurdes, Tierra sin Pan, que fue censurado por el gobierno la República. Y tras la Guerra civil, emprendió un largo periplo que lo llevó primero a Estados Unidos, donde trabajó en el Moma de Nueva York, hasta que fue denunciado como comunista por Dalí. Y de ahí fue a parar a Méjico, donde  siguió trabajando en el cine, haciendo películas que él llamó alimenticias, pero sin rendirse nunca y creando también obras personales y magistrales como Los Olvidados, Él o esta Nazarín. Poco después obtuvo la Palma de Oro con Viridiana, a la que siguieron El Ángel Exterminador o Simón del Desierto.
 
Buñuel giró la cámara para fijarla en un camino polvoriento con sus  aulagas
Basada en una novela de Benito Perez Galdós, Buñuel adaptó Nazarín con toda naturalidad al contexto mejicano de la época. Trata de un curita (interpretado por el gran Paco Rabal) que vive de la forma mas precaria y se lanza por esos mundos de dios a propagar fe, caridad y esperanza entre sus semejantes, aunque todo le termina saliendo al revés y su fe cristiana termina gravemente deteriorada. Lo de menos sin embargo es el argumento. Lo importante es la mirada documental de Buñuel sobre un entorno tan humilde y reseco, desnudo, con sus casas pobres desvencijadas, que en esta película no son decorado sino protagonistas, filmando este paisaje con una humanidad y una dignidad que uno no había visto antes en una pantalla. Hay una anécdota sobre el rodaje, relatada por el propio Buñuel en sus memorias (Mi último suspiro, libro de cabecera), que es bien elocuente : el director de fotografía, el catedrático de la luz Gabriel Figueroa, le había compuesto un plano impecable, con sus nubes algodonadas, y Buñuel giró la cámara para fijarla en un camino polvoriento con sus aulagas (o julagas, como decimos nosotros). La lectura vino a certificar algo que presentíamos: que el cine no se hizo solo para las estampitas y las postales, y que una julaga puede ser más bella que un ramo de flores fragantes. Luego llegaron otras películas que confirmaron esta fe: las barriadas periféricas de Pasolini en Accatone o Mamma Roma. O el lirismo salvaje de Glauber Rocha en Dios y el Diablo en la Tierra del Sol.
 
Vi Nazarín hace muchos años por televisión, en unos tiempos en que la programación era por lo menos algo decente y se emitían ciclos sobre Orson Welles o éste dedicado a la etapa mejicana de Buñuel. Por entonces había solo dos canales y de milagro. El segundo canal, que llamabámos UHF, como si fuera cosa de ovnis, lo estrenaron en Canarias poco antes, con ocasión del mundial de fútbol del 82. La señal siempre fue muy mala porque decían que procedía del repetidor de Femés, y las imágenes  se perdían cada dos por tres en una especie de lluvia o nieve que interrumpía las emisiones. Acabamos de ver Nazarín por primera vez en una pantalla de cine, aquí en Cannes, en una de esas esforzadas copias restauradas donde todo es tan nítido que diríase que  pueden apreciarse hasta las pestañas de los actores. Y se pregunta uno si no hubiera sido mejor, al menos para este caso, aplicarle el filtro del repetidor de Femés. Hubiese sido más coherente.

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