Ángeles gatunos y demonios anónimos

Es muy dado este mundo actual a señalar el problema sin presentar solución y cuando se presenta, es peor aún; porque acostumbrados como estamos a lo superfluo no se suelen ver las raíces de los problemas, por lo cual las soluciones, cuando las hay, son meramente circunstanciales. Partiendo de esto no es de sorprender que cuando una colonia de gatos prolifera en un barrio, con las incomodidades que para algunos suponen, se tienda a la gratuidad de demonizar a aquellos que con la cara al viento luchan para mejorar las cosas.
Por todos es sabido, que cada quién debe ser responsable ante sí mismo y ante los demás por sus actos y por ello sería casi criminal, condenar o enaltecer a unos u otros en una misma causa. Pero siendo, como soy, conocedor de los entresijos del proteccionismo animal, no pueden menos que caerme en gracia aquellas personas que altruistamente dedican su tiempo, esfuerzo y salario y luchar anónimamente por los más débiles.
Por ello ante publicaciones bien intencionadas pero mal dirigidas como la vista el día 23 de octubre de 2019 en este medio (el cual por supuesto no tiene culpa ninguna en este aspecto más que la de brindar la oportunidad de dar voz a los ciudadanos) no puedo menos que discrepar.
Se afirma que aquellos que con el corazón en ristre luchan por los gatos que malviven en nuestras calles son los precursores de la proliferación de otros animales tales como ratas, cucarachas y demás. Que su alimento es comido por estos y así, ese solidario pienso termina en la boca equivocada. No puedo rebatir este último hecho, pues es posible que así sea. Un plato de pienso en una calle puede servir de alimento a otros animales, pero como bien planteo al inicio, no se puede solucionar un problema profundo con ideas mundanas.
Cuando una circunstancia acarrea pleito hay que buscar su razón de ser. Y así llego a la tesis que promuevo. No son las personas que alimentan gatos los culpables de su proliferación, hay que exigir responsabilidades a quienes ejercen la competencia sobre la sanidad. A aquellos que no mueven un dedo ni para rascarse.
¿Cómo es posible que con tal alto número de gatos malviviendo en nuestras calles, no haya ni una sola gatera de carácter público en la isla? Si de verdad es este un problema ¿Por qué los líderes a los que todos pagamos nunca han buscado una solución real? Las campañas de castración llevadas a cabo por algunos ayuntamientos y protectoras son paupérrimos en confrontación con el problema habido. ¿Es la alimentación de los gatos la verdadera causa que provoca esta situación? ¿No será que nuestros dirigentes nunca se han preocupado lo más mínimo por los animales?
Y ahora, como siempre, toca buscar un chivo expiatorio. Porque sale más fácil culpar al que ayuda haciendo, que al que perjudica omitiendo. Me gustaría decir muchas cosas, pero no vengo a dar cátedra. Termino diciendo que espero que aquellos que alimentan colonias de gatos sean conscientes de la necesidad de castrarlos. Porque las buenas intenciones no bastan para salvar vidas. Que sois muy grandes. Que deseo que aquellos que se quejan, sean conscientes de la necesidad de alimentarlos porque una vez habido el problema, no queda más que apechugar. Ellos son responsabilidad de nuestra sociedad. No podemos simplemente darles la espalda. Que aguardo a que llegue el día en que los de abajo dejen de discutir por problemas que han causado los de arriba.
Y sobre todo, espero que en algún momento este problema se solucione con menos gatos en las calles y más gatos en los hogares. Y como otras plumas se expresan mejor que yo, adjunto este famoso extracto:
No es el crítico quien cuenta;
ni aquél que señala cómo el hombre fuerte se tambalea,
o dónde el autor de los hechos podría haberlo hecho mejor.
El reconocimiento pertenece al hombre que está en la arena,
con el rostro desfigurado por el polvo y el sudor y la sangre;
quien se esfuerza valientemente; quien erra,
quien da un traspié tras otro,
quien realmente se empeña en lograr su cometido;
quien se consagra a una causa digna;
quien en el mejor de los casos encuentra al final el triunfo inherente al logro grandioso,
y quien en el peor de los casos,
si fracasa,
al menos fracasa atreviéndose en grande,
de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni la derrota.
Theodore Roosevelt