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Gente en un mitin
Gente en un mitin

Si el hombre es el animal político lo es no solo porque viva en comunidad o tenga lenguaje, sino porque comunidad y lenguaje dan forma a su hábiat.

Ana Carrasco Conde*

 

De los males de la democracia sólo nos podrá remediar la misma democracia; siguiendo a M. Zambrano que indicaba cómo de los males de la política solo nos remediará la política misma, por tanto, más democracia y más política.

¿Qué querrá decir esto de más democracia y más política en Lanzarote?

Que la vida es política es algo evidente dado que toda vida se produce en un hábitat, en el lugar construido para vivir; esos lugares que habitamos tienen que ver con un territorio pero también con un lenguaje común, una manera de nombrar y narrar que hace al lugar, que le otorga su razón de ser y significados, que es lo que, en definitiva, hace hábitat; de hecho, la ética no es sino eso: hábito, costumbres habituales, habitación, lugar que se habitúa como carácter.

Política, entonces, es habitar con, es el espacio existente entre quienes organizan en común el lugar habitual y la manera de organizarse.

Fuera del lenguaje solo está lo inhabitable, el no lugar, lo que no se puede nombrar ya que no existe la palabra. Así, el espacio habitado es un espacio hecho de hábitos compartidos (Polis, Res Publica), narrativas que establecen no sólo la distribución y los lugares de encuentro, los espacios por los que transitar de un punto a otro y la distribución de los barrios y lugares que constituyen la ciudad, el paisaje y el huerto, sino el lenguaje, la narrativa que consolida realmente la pertenencia y el sentido colectivo de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto, del espacio y sus atributos, de lo adecuado o inadecuado en relación a unos fines.

Ética y Política confluyen así, en la creación, en la acción de construir el hábitat colectivo; habitar la comunidad haciéndola habitable y por tanto descriptible con un logos compartido; un sistema lingüístico que signifique y codifique la cooperación necesaria, lo habitual. Dar razón ajustada es aquí, dar razones justas.

La justicia en este plano, es aquello que se ajusta más a la realidad buscada, a lo por hacer, a los fines normativos de la comunidad y su estructuración orientada a dichos fines como horizonte democrático; y la injusticia sería lo que se desajusta de esos principios ético/políticos que nos organizan y organizan las conductas y las condiciones dignas y necesarias para habitar el espacio y hacerlo, a su vez, habitable.

¿Por qué esa sensación generalizada de injusticia? ¿Por qué en democracia los principios básicos de igualdad, libertad y solidaridad están tan ausentes?, sobre todo cebando su ausencia en amplias capas en los márgenes de la habitabilidad de nuestra comunidad. Insisto, nuestra comunidad.

Desde Maquiavelo la Política se muestra como el conjunto de estrategias puestas en juego en la lucha por el poder y por mantenerlo; desde Schumpeter, esta lucha por el poder se materializa como una cualidad más del mercado: los partidos políticos, como una empresa más, compiten entre sí por conseguir el mayor número de votos y rentabilizarlos para acceder y permanecer en el poder, mantenerse en esto del gobierno de lo público.

No obstante, qué sea  eso del poder (además de una relación) es algo que no termina de estar claro lo mismo que no lo está qué sea eso de la representación política o civil (asociaciones, ONGs, etc.) más allá de formalismos legitimadores (necesarios pero a todas luces insuficientes), que hacen que, por ejemplo y ¡faltaba más!, legítimamente, alguien pueda gobernar una alcaldía con 3.200 votos más o menos, de 44.000 con derecho a hacerlo. Y alardee de ello. Pero eso es otro tema, preocupante para esto de la democracia, que parece no preocupar ni ocupar a las nuevas ni a las viejas empresas políticas.

Lo que sí está cada vez más claro es que el poder lo tiene quienes son capaces de poner el nombre de las cosas, de adjetivar y de controlar los adverbios, que son el lugar, el modo y el tiempo que se habita; el poder de generar una narración que, mediada por las empresas comunicadoras, las financieras y las multinacionales de todo tipo, construyen el relato de nuestras vidas en base a sus propios intereses que terminamos  haciendo nuestros. De ahí que la construcción del hábitat y sus significados eludan lo común y lo terminen por establecer los poderosos y sus intereses particulares. Siempre hay alguien en la cúspide de la trama. Siempre hay alguien controlando el espectáculo.

Así, el hábitat actual no es un hábitat que se gobierna desde la comunidad (democracia), sea esta el barrio, el pueblo, la ciudad, la región, la nación… 

No, estamos en la época de la gestión de los lugares comunes que se administran según otras fórmulas; hábitat mercantilizado que requiere gestión para todos los aspectos de la vida; gestión de las emociones, gestión del tiempo, de la felicidad rentable, la autoestima, la emprendiduría como piedra filosofal y referente ético y la resiliencia, etc., época en la que puedes ser lo que quieras y si no es así es que algo has hecho mal; todo está en nuestro interior: “sé la mejor versión de ti mismo”.

Junto a esto, la salud, se erige como un considerable elemento normativo controlando las conductas desde la creación ideológica mediante el mercado, también, de lo saludable; una época en la que todo es medible, tangible y por tanto susceptible de ser objeto de balance. Estupideces normalizadas del tamaño  de, por ejemplo, que nuestros pensamientos definen nuestro estado de ánimo, independientemente de lo que ocurra alrededor no deja de ser pura teología. Vivimos una época que sacraliza el mercado e inunda todos los aspectos de la vida. No es que el mercado sea en sí un mal asunto…, lo es cuando el acceso y el intercambio en similares condiciones, no es igual para todas.

En Lanzarote esto no iba a ser menos, y eso sí, manteniendo siempre la “altura de miras” correspondiente tanto para un roto como para un descosido, se ha impuesto la gestión y todos los grupos políticos que gobiernan alardean de gestión, como si eso tuviese algún mérito; el objeto político se ha convertido así en práctica administrativa de economía ortodoxa que tras el escaparate y el celofán, hace inhabitable los lugares comunes. Los desecha.  

La gestión, importantísima por supuesto, no es sino la administración de lo dado, es decir, de lo que ya es. Y lo que ya es como vemos nos lleva sin remedio a tremendas injusticias y a hábitats insostenibles tanto íntimos y personales como en sentido medioambiental, socioeconómico y cultural. Sálvese el que pueda no es una buena idea pese a los pontífices de las bondades del capitalismo montuno y absoluto, engreídos defensores del Estado mínimo que, por cierto, son los que más se alimentan de lo público.

Así, seas del partido que seas te pones debajo de un casco de obras o te calzas un chaleco reflectante o un casco para bici o para coches y siempre terminamos viendo las mismas imágenes con las mismas personas con siglas diferentes, pero las mismas prácticamente, desde hace demasiado tiempo, y pese a todo, alardeando de gestión. Una tribu de contables vocacionales con inteligencia artificial e innovadoras maneras de hacer lo mismo de siempre: apagar fuegos y atender las urgencias, si acaso, y premiar la incondicionalidad de los fans.

La política no es eso, la gestión ya la realizan los técnicos, técnicos juristas, técnicos de la cosa esa de lo social, de la cosa cultural, etc., la política, al contrario, es implantar las condiciones de creación y actuación compartida del hábitat común que haga habitable los espacios y sus significaciones, y en su habitabilidad cuenten las narrativas de, al menos, los colectivos afectados; al no ser así, como hasta ahora no lo es ni se espera, las instituciones forman parte del absurdo sistemático y suicida que sostiene y fomenta lo que hay. Mientras esto aguante.

Decía B. Chul Han, que “el fermento de la revolución es el dolor sentido en común”. Pues eso, más Política y más Democracia. No queda otra; porque por ahora, la revolución la estamos perdiendo todo el conjunto de seres vivos. Los del dolor privado.

José Luis Asencio García. Filósofo y camarero.

 

* Carrasco Conde A. (2019) Habitats. (Ebooks, 13%) en Territorios por pensar. Un mapa conceptual para el siglo XXI. Alegre Zahonero Luis. Sánchez Madrid N. Editores. Siglo XXI

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