Cómo ocultar a los viejos en lugar de matarlos

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Cómo ocultar a los viejos en lugar de matarlos

Afirmar que es una suerte llegar a viejos se está convirtiendo en una maldición. Ello, a la vista de la falta de independencia que sufrimos mientras envejecemos. Los recursos económicos de los que dispongamos tras la jubilación, la mera ausencia de familiares que nos atiendan, o nuestra propia voluntad de socializar con otros mayores decidiendo compartir un lugar donde residir, nos puede conducir a una suerte de exilio y alejamiento de los lugares donde la mayor parte de la población ha hecho su vida, ya sea en núcleos rurales o urbanos. 
 
La posibilidad  de  residir en un llano apartado, por muchas comodidades que nos vendan, está siendo la única alternativa a las residencias de mayores. Hoteles-apartados, simulación de pueblecitos-apartados-, residencias-apartadas-…
 
Ni volverás al parque, ni a la sociedad donde leías la prensa
Envejeces, y aunque tengas cierta autonomía, la familia, o tú mismo, te acaba conduciendo a una residencia. Y no sólo haces la maleta para proceder al traslado, sino que haces un viaje en coche que podría ser el último, aunque vivas muchos años más. Ya no volverás a pisar la plaza donde tomabas el sol y departías con otros viejos, con los jóvenes, con la vecindad,  en el bar. Ni volverás al parque, ni a la sociedad donde leías la prensa y mantenías el reconocimiento social del que disfruta cada individuo.
 
No vas a una habitación de hotel impersonal por unos días, lo haces por el resto de tu vida, y a ella no te acompañan portarretratos, tu sillón predilecto, tu cuadro preferido, ni los objetos que has coleccionado durante décadas y que desde la jubilación has retomado con singular dedicación. Ya no digo lo que supone afrontar las ausencias. 
 
Pensar en la ubicación de las residencias para mayores es la clave para revertir situaciones de doble alejamiento, el de la llegada de la vejez, y la de la propia distancia con todo lo conocido y con la  familia, que, en el mejor de los casos, irá los domingos una hora a visitarte, Eso, cuando vayan. De los amigos dejados atrás, de tu paisaje diario, de tus rutinas, de eso ni hablamos. Nunca más los verás si  la residencia está donde Cristo perdió los clavos. O sí. Quiero decir que como sé lo que no quiero, también sé lo que no deseo para los demás.
 
Para mis viejos no  quiero residencias en Los Calderones
Lo que toca es construir las residencias de mayores en núcleos urbanos, en lugares que permita que los viejos mantengan determinados niveles de autonomía, que paseen la Calle Real, la ribera del Charco, y mantengan las tertulias en el banco de las plazas. Las residencias para mayores, para viejos, deben empezar a ser pensadas en claves más sociales, no en aparentes y cuidados  panteones- porque eso es lo que son- alejados de la ciudad y del pueblo. Si están lejos, por muy diseñados que estén, por innovaciones que recojan, por idílicos que parezcan, ahí vas a esperar a morirte, lejos de todo porque todo se te quita si no puedes acceder a ello. 
 
No quiero el lujo de vivir en el campo, y no lo quiero porque ahí empezará la degradación que comienza con la distancia y con el abandono de los lugares en que me reconozco ciudadano. Sí, viejo, pero aún ciudadano y ser social. Necesito poder atravesar la puerta de mi residencia y estar en la calle, no en un descampado.
 
Para mis viejos no  quiero residencias en Los Calderones, que ni el nombre he oído nunca antes. Para mí no las quiero. Queda por preguntar si quienes deciden estas cuestiones han pensado en llegar a viejos, y en ese caso, si creen que en una residencia apartada del mundo es dónde desean continuar su vida. 
 
Va a ser que no.

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