TURISMO

Turoperadores vs. turobuscadores: el fin de Thomas Cook

¿Cómo es posible que no mejoremos nuestra oferta a una clientela que es la más fidelizada del planeta y hacer que sus estancias sean más largas?

Turoperadores vs. turobuscadores: el fin de Thomas Cook

En los últimos días me han pedido mi opinión en algunas emisoras de radio acerca de la situación del turismo. Y, claro, tengo que decir lo que pienso en cinco minutos: un desastre. Los medios de las Islas creen que cumplen con su deber con una —o varias— opinión sintética para cubrir el espacio. Si eso sucede con el sector que supone un 35% del PIB isleño —más en algunas islas y poco menos en otras—, y que cuatro de cada diez personas que trabajan en las Islas lo hacen directamente —o indirectamente, pero menos— en el sector turístico, pues imagínense la desproporción y el despropósito que supone que sólo se acuerden de Santa Bárbara cuando truena. Y el problema es que hemos tenido tanto éxito con el turismo que vamos a morir —metafóricamente— por su culpa, con ciertas dosis de nuestra ignorancia o desprecio.
 
Ya vemos las maniobras para ocupar el vacío del turoperador por empresas capaces de crecer
Y la Santa Bárbara estalló la semana pasada con la caída de Thomas Cook. No es la primera, pero sí la más importante hasta la fecha por el volumen de sus impactos: turistas 'colgados', repatriación global de cientos de miles de personas, deudas e impagos tipo crack, aviones y hoteles en el aire, 22.000 empleos en el limbo y destinos sin masas. 600.000 turistas es el dato facilitado y que supera muchísimo los antecedentes que no han servido de lección, a la vista de lo sucedido. ¿Es suficiente la legislación y la ordenación del sector o nos importa un bledo que la próxima vez sean millones de personas las afectadas?
 
Hace una década exactamente, la escocesa Globespan dejó 100.000 turistas desparramados. Pero Thomas Cook, decano de la turoperación desde hace 178 años, rompe todos los récords. El mayor 'secuestro colectivo' hasta el momento. Nada que ver —y mucho también— con las quiebras de Air Berlín, Germania, Monarch, Niki, Small Planet, Spanair... con colapsos multidestino que van mermando la conectividad: el riego sanguíneo del turismo en las islas.
 
De todos modos, ya vemos las maniobras para ocupar el vacío del turoperador por empresas capaces de crecer, con ofertas de fondos chinos, suizos... Aunque habrá que ver si esas propuestas de compra de hoteles y plazas aéreas (slots) se cubren con fondos buitre o líneas aéreas low cost —Jet2 se mueve en esa línea—, si bien lo más conveniente sería empresas menos centradas en el 'más barato todavía'. En ello nos va el encaje con la oferta alojativa y de productos. Condor y Ving sobreviven a la extinción de Cook, no así Neckerman y Tour Vital. Para unos un drama, para otros, un territorio a repartir...
 
Las libertades y los costes de la insularidad limitan su competitividad en precios con otros destinos
Ante esta situación tan grave para las Islas, el Gobierno de Canarias y los cabildos solicitan —por enésima vez— la exención de tasas aeroportuarias, rebajas de impuestos al combustible y la 5° libertad aérea —internacionalización real de los aeropuertos para pasajeros y mercancías—. Y es que las libertades y los costes de la insularidad —en un destino regido por las leyes comunitarias— limitan su competitividad en precios con otros destinos con costes bajísimos y regulaciones más laxas —por decirlo de manera que no sea ofensiva—.
 
Pero lo interesante, la principal lección de esta crisis, es la demostración del error obstinado y kamikaze de modelo del experto profesional frente a la experiencia colectiva. El data contra el big data —como recuerda mi amigo y compañero de facultad, Francisco Moreno, quien oscila entre la televisión y las empresas turísticas—. O más claro: el turoperador que es superado por el turbuscador. Booking, por ejemplo, es un niño que ha superado al tatarabuelo Thomas en número de habitaciones que contrata a diario —un millón y medio— en 70 países, mientras el turoperador sólo está presente en 18, con hoteles en 28 y sus diez ciudades/cruceros de ocio flotantes. No quiere decir esto que no haya diferencias en cuanto a plantilla. Mientras el turoperador contaba con 22.000 trabajadores, Booking tiene 15.000, si bien la antigüedad y funciones son radicalmente diferentes.
 
Booking habla de cualquier lugar y de propuestas únicas. Avalado por millones de opiniones —aunque por propia y desagradable experiencia me declaro agnóstico de esta fé en que la plataforma sea ecuánime—. Por su lado, el CEO de sueldo de maharajá de Cook pensó en crear productos para atraer milennials como 'Cooks Club' o 'Casa Cook' —muy chill outs—, pero la comunidad de Booking ofreció eso y más: uno para cada viajero, con precios para todos los gustos y bolsillos, junto a la experiencia —eso dicen, insisto— de una comunidad que sentencia.
 
¿Hemos pensado y repensando qué podemos ofrecer para que los turistas no sólo ocupen nuestro escaso y valioso territorio?
Y, al final, ¿qué mueve a los neo turistas armados de buscadores, prescriptores como TripAdvisor? Un atardecer en una playa de Bali, aunque haya más bullicio y plásticos que en Tauro. O lugares y situaciones variopintas que podrían ser vividos durante todo el año en Gran Canaria, a poca distancia de hoteles o apartamentos de excelente calidad, sin nada que envidiar a destinos de las antípodas. Pero, el problema está en nosotros... ¿Hemos pensado y repensando qué podemos ofrecer para que los turistas no sólo ocupen nuestro escaso y valioso territorio? ¿Cómo es posible que no mejoremos nuestra oferta a una clientela que es la más fidelizada del planeta y hacer que sus estancias sean más largas y que contribuyan con un mayor gasto a un destino que compartimos entre todos?
 
Llevamos muchos años bregando y superando tormentas perfectas capaces de hundir un sector tan dependiente de factores exógenos que es urgente e imprescindible repensar nuestras posibilidades, reafirmar nuestras potencialidades y estar a la altura de los retos que tenemos pendientes junto a empresas y empleados que representan el mayor valor añadido a unas islas afortunadas, además de su clima, su biodiversidad, su hospitalidad y tolerancia, todo ello en territorio europeo, con normas y garantías comunitarias, que no son milagrosas, pero sí de las mejores en este mundo de desigualdades dramáticas. Y no hay que inventarse nada, sino aplicar lo que ya planteó Néstor hace casi un siglo: hagamos de la vida, Gran Canaria, una obra de arte —un destino de éxito para nosotros y nuestros visitantes...—.

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