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CARTA A LOS REYES MAGOS (Y A QUIENES GOBIERNAN)

Cada año, por estas fechas, se habla de deseos, de esperanza y de futuro. Desde Lanzarote, y desde el trabajo diario en el ámbito social, mi petición a los Reyes Magos es sencilla de formular, aunque compleja de asumir: que las administraciones públicas empiecen a mirar al tercer sector con más realismo, menos discurso y mayor responsabilidad.

En esta isla existen entidades que trabajan cada día con personas y familias que no aparecen en los focos ni en los grandes anuncios institucionales. Entidades que conocen de primera mano las necesidades reales del territorio y que, sin embargo, siguen quedando al margen de muchas decisiones que se toman desde los despachos. Se habla de inclusión, de atención social y de bienestar comunitario, pero con demasiada frecuencia esas palabras no se traducen en apoyos efectivos ni en políticas que tengan un impacto real.

Uno de los grandes problemas es la distancia entre lo que se anuncia y lo que finalmente se ejecuta. Se publican convocatorias, se presentan proyectos y se generan expectativas, pero no siempre todo ese proceso acaba materializándose en recursos reales. En algunos casos, las subvenciones se retrasan durante meses; en otros, sencillamente no llegan, dejando a las entidades en una situación de incertidumbre difícil de sostener. Esta falta de continuidad y de claridad no solo afecta a las organizaciones, sino también a las personas a las que se pretende atender.

En el ámbito social, los tiempos administrativos no pueden ir por delante de las necesidades humanas. Los proyectos no se paralizan sin consecuencias, las familias no pueden “esperar al próximo ejercicio” y las entidades no funcionan con fondos infinitos. Cuando el apoyo institucional no llega, son las propias organizaciones las que asumen el coste, muchas veces con recursos personales, para no dejar a nadie atrás.

A esta realidad se suma un exceso de burocracia y de protocolos que, lejos de facilitar el trabajo, lo dificultan. Procedimientos rígidos, poco adaptados a la realidad insular, que terminan convirtiéndose en un obstáculo más para quienes intentan responder con agilidad a situaciones complejas. Menos formularios y más confianza; menos palabras y más hechos.

También resulta imprescindible que el trabajo con las personas quede al margen de los colores políticos. En una isla como Lanzarote, donde todos nos conocemos, no tiene sentido que la colaboración social dependa de afinidades partidistas. Las personas no son de nadie, y los derechos no deberían condicionarse por quién gobierna en cada momento.

Por último, es necesario reflexionar sobre dónde se pone el foco de la inversión pública. Lanzarote no puede sostener un modelo en el que se prioriza lo visible y lo puntual mientras se deja en segundo plano lo esencial. La inversión en lo social, en proyectos estables y en entidades que trabajan a largo plazo, es una apuesta por la cohesión, la prevención y el bienestar real de la isla.

Este año, desde Lanzarote, el deseo no es simbólico. Es concreto y urgente: que las administraciones cumplan, que los recursos lleguen cuando hacen falta y que el tercer sector sea tratado como lo que es, un aliado imprescindible para construir una sociedad más justa y más humana.

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