Opinión

La política abandonada

Altura de miras. Ésta frase tan trillada suele dejar entrever a quienes, precisamente, se mantienen en la “bajura de miras” o en su correlato “gestión, gestión”. Cuando se ve un exceso de “teoría” o de “abstracción” en propuestas de cambio en las causas de la pobreza y la precariedad,  que aborden la raíz y otra forma distinta ya que lo hasta ahora realizado no da resultado,  es que algo falla; y algo falla precisamente, en quienes se sostienen en infinitos y reiterativos diagnósticos, de los que hemos perdido ya la cuenta, o en estrategias planteadas por los mismos y las mismas para todo tipo de acción sin que nada mejore en ningún sentido.
 
Llamémosle con todo el respeto pero con toda crudeza intervención comunitaria a la más sincera propuesta que hacen desde las alturas para luchar contra la pobreza y que, hasta ahora, si mi ignorancia no me traiciona, no ha servido sino para mantener las causas de la pobreza  por mucho proyecto de muñeco que se pinte en la pared por los intervenidos/as.
 
Con esto no digo que no haga falta pintar muñecos, al contrario, creo que es válido y mucho el hecho de proponer nuevas fórmulas de ocio, espacios de encuentro y experiencias de colaboración, alternativas, etc., y que además proporciona una experiencia diferente y transitoria.
 
Hay que intervenir, pero no reducir la política a una constante intervención sobre los síntomas
Tan sólo hablo de la insuficiencia absoluta de este tipo de actuaciones que parece que las defensoras y defensores de la  “altura de miras” piensa mantener, eso sí, estrategia mediante por no sé qué de los premios que se dan entre ellos mismos (léase entidades bancarias, fundaciones y toda una serie de complicidades autoalimentadas) en no sé cuántos sitios… en fin, insistir en los errores. 
 
El auge de la ultraderecha en los barrios con un excesivo nivel de paro y de precariedad, de analfabetismo y de exclusión y que suelen abordarse desde los partidos (todos) con la mirada saturada de tópicos y con desmedida pose social bien recogida en numerosos reportajes propagandísticos, encuentra el marco idóneo de reproducción en el tratamiento balsámico de los síntomas dejando que permanezcan intactas las causas. Para esto no hacía falta tanto diagnóstico de algo que ya sabemos de sobra: pobreza, paro y precariedad, desesperanza anticipando la desesperación, futuro más estrecho, cotidianeidad en blanco y negro, etcétera, etcétera, etcétera.
 
Gobernar es apagar fuegos (gestión) dicen, y en demasiadas ocasiones hace falta y en demasiadas ocasiones, también, no llega a todos los casos a los que tiene que llegar, por supuesto, pero también debiera ser  aplicar políticas diferentes para no tener que estar apagando ad infinitum los mismos fuegos empantanados  y embarrados año tras año y legislatura tras legislatura. 
 
Hay que intervenir, por supuesto, pero no reducir la política a una constante intervención sobre los síntomas abandonando lo que realmente satura  y determina que son las causas. La “gestión, gestión” tiene una impagable cualidad: dejar las cosas como están. O en su más dura y frecuente materialización: dejarlas peor. Además, no hay peor gestión que la de estos defensores de la susodicha.
 
El fin de la política es la libertad y de los males de la política sólo nos remediará la política misma
Insisto como con la intervención: hace falta gestión, pero también hace falta incorporar a la política como realización de una manera de entender las cosas y el mundo tendentes a una sociedad más justa. Los vínculos sociales requieren  del pragmatismo con el mismo peso que exigen de un horizonte hacia el que queremos ir. Si se reproducen sólo las poses fotográficas y de gestión, nos alejaremos de esa noble tarea que es empujar hacia lo que según nuestra visión, debería de haber: una verdadera libertad entendida como la posibilidad de desarrollarnos como seres humanos, como personas que ponen en juego y pueden desplegar sus capacidades y vínculos.  
 
No ver esto es de una ceguera preocupante (teoría viene, precisamente, de visión) en la que  sólo se beneficia el poder real que normaliza cultural, social y económicamente, la destrucción de lo común y de todo índice de libertad que no sea para quien pueda pagársela.
 
Detesto por igual cualquier tipo de totalitarismos, vengan del proletariado o de cualquier otro tipo de dictadura y de fascismo. Por eso. Precisamente. Valentía y generosidad frente al espejo narcisista del “yo me mí conmigo”. Al menos en las instituciones. Imaginación casi por encima de todo: mirar. Al fin y al cabo, el fin de la política es la libertad y de los males de la política sólo nos remediará la política misma, a la que debemos de introducir en las instituciones para salir de una insuficiente gestión de la miseria mediante el reiterativo uso de parches.
 
Y se puede; y  por más que digan que no lo que en el fondo están diciendo es que no lo ven. Aquí está el problema o uno de ellos: falta incorporar la teoría (altura de miras) para que no siga repitiéndose ese trípode de intervención escasa donde al fin y al cabo, los políticos deciden, los técnicos deciden, y los ciudadanos y ciudadanas, entre foto y foto, forman parte del coro como buenos y bien diagnosticados padecientes. Estrategias mediantes.

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