Canarias: mucho más que sol y playa, pero condenada al monocultivo

La noticia de la venta de Naviera Armas a capital foráneo no es un simple movimiento empresarial: es un reflejo de un mal crónico en Canarias. Aquí, cuando se habla de invertir, todo se traduce en hoteles, apartamentos vacacionales y chiringuitos para el turismo. Como si nuestra única vocación fuera servir camas, limpiar platos y sonreír al visitante.
Mientras tanto, sectores estratégicos como el transporte marítimo —clave para nuestra conectividad, para la economía y hasta para la soberanía alimentaria— acaban en manos de fondos externos. Lo mismo ocurre con la energía, con la logística, con la industria ligera que jamás se desarrolla. Nos hemos convencido de que basta con el turismo, y así seguimos: con todos los huevos en la misma cesta.
No se trata de despreciar al turismo, sino de reconocer que una economía equilibrada no puede vivir de un único sector. Canarias tiene condiciones únicas para ser mucho más: un punto estratégico entre Europa, África y América; un espacio ideal para la investigación marítima, para la industria portuaria, para la tecnología vinculada a las energías renovables. Pero seguimos conformándonos con el modelo más fácil y dependiente: esperar al turista.
La venta de Naviera Armas debería ser un aldabonazo para repensar nuestra estrategia. ¿De verdad el Gobierno de Canarias no podía mover un dedo para mantener este emblema en manos de capital canario? ¿De verdad el futuro de nuestra conectividad depende de la decisión de fondos que ni siquiera saben pronunciar Lanzarote o La Gomera?
Es triste comprobar que, en lugar de diversificar, seguimos hipotecando el futuro. Canarias merece aspirar a más, merece tener industria, innovación, investigación. Merece creer en sí misma. Y, sobre todo, merece un Gobierno que no solo gestione turistas, sino que piense en las generaciones que vendrán después de que los cruceros se marchen y las hamacas se queden vacías.